Antonio Balsalobre reflexiona sobre Gibraltar

Gibraltar

¿Tan difícil es remar en la misma dirección cuando se supone que los intereses de España están en juego? ¿Cuando, como es el caso de Gibraltar, un problema que lleva enquistado más de trescientos años presenta alguna arista novedosa? Pues sí, a la vista está. Como decía aquel, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Y lo que aquí no pude ser es que, estando la izquierda en el poder, la derecha dé muestras de una mínima lealtad institucional. Aquí no hay tregua que valga.

Lo hemos vuelto a ver estos días cuando, para dar su visto bueno al acuerdo  del Brexit, Sánchez se plantó, y anunció el veto de España si no se clarificaba y fijaba la interpretación jurídica del artículo 184, el de la discordia. Cosa que finalmente se consiguió, con un “triple blindaje institucional” por escrito: el de la Comisión, el del Consejo Europeo y el del Reino Unido. Pero para la derecha tramontana que sólo actúa al grito de “Gibraltar español” (ya conocemos con qué éxito) esto no ha sido suficiente. ¿Cómo iba a serlo? Y no ha faltado la palabra “traición”.

A decir verdad, en plenas elecciones andaluzas, en la que se están volcando como si fueran ellos los candidatos a presidir la Junta, Casado y Rivera han digerido muy mal este acuerdo. Lo que más les ha dolido, en realidad, es que en este juego de patriotas en que ambos se hallan enfrascados, pugnando, con el permiso de Vox, por dejar claro quién es más “español”, un presidente de izquierdas, apoyado por Unidos Podemos, les haya birlado uno de sus juguetes patrioteros más emblemático: Gibraltar.

Tras años de proclamas huecas y bravuconerías, que sólo han servido para agravar este problema territorial, por fin se abren algunas vías de esperanza. Es más, todo apunta, y sólo basta echarle un vistazo a la prensa británica para corroborarlo, a que el encaje acordado respecto a Gibraltar representa la primera victoria clara de Madrid frente a Londres en este conflicto. Un acuerdo que quizá no sea, es verdad, ese “éxito sin procedente” que proclama Sánchez, pero que tampoco es, desde luego, ninguna “humillación histórica”, como quieren hacer creer Casado y Rivera. Que cualquier negociación futura sobre la Roca tenga que contar con el visto bueno previo de España no es desde luego una nimiedad. Otra cosa es creer que ya está todo hecho. O caer en la ingenuidad de pensar que la “pérfida Albión” no va a recurrir en el futuro a todas las artimañas y amenazas que considere oportunas para defender sus intereses coloniales.

Dicen Rivera y Casado que los documentos firmados sólo son papel mojado. Pues claro, como todos los acuerdos sellados cuando una de las partes no quiere cumplirlos y tiene la fuerza militar y económica suficiente para imponer su voluntad. ¿Acaso no saben que la resolución de la ONU 24.29 del año 1968 instaba al Reino Unido a que pusiera fin a la situación colonial del Peñón antes del 1 de octubre de 1969? ¿Y qué fue de aquel “papel” cuando los británicos decidieron pasárselo por el arco del triunfo?

¿Qué esperaban estos “campeones” del patriotismo? ¿Qué le exigían al presidente del gobierno? ¿Una rendición tipo Breda, con los dos contrincantes en el centro de la escena, dialogando más como amigos que como enemigos, y May con las llaves del Peñón en la mano, haciendo ademán de arrodillarse, lo que es impedido por Sánchez, que pone una mano sobre su hombro y le impide humillarse?

Frente a los discursos nostálgico-patrioteros se alzan otros, afortunadamente, pegados al terreno y a la realidad. Y la realidad es la de esos miles de trabajadores de la Línea que tienen que cruzar todos los días la verja para acudir a su puesto de trabajo, o la de los “llanitos”, esos «españoles anglicanizados», como los llamaba Galdós, que vienen a llenar diariamente sus carros de la compra en los supermercados de la Línea. Esa es la realidad que debe mejorar, y por la que debemos remar todos juntos, si es que eso fuera posible.

 

 

 

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