La burbuja futbolística

En la vida todo cambia o evoluciona. En algunos casos, incluso, involuciona. El fútbol, considerado el deporte rey en la gran mayoría de los países, no podía ser una excepción. En poco se asemeja ya a sus orígenes modernos cuando renació en la era victoriana, porque deportes y juegos similares, de pelota y jugado con los pies (a veces con las manos también), han existido desde hace cientos de años en múltiples culturas. Pero como decía, resurgió, más o menos con el formato que conocemos, en la segunda mitad del siglo XIX en las Publics Schools británicas. En realidad, surgieron dos: el rugby y el fútbol. Siempre se ha dicho que el primero era un deporte de villanos jugado por caballeros y el segundo un deporte de caballeros jugado por villanos. Y creo que no hay definición más acertada, aunque ese sería otro debate. Pero, sigamos en la línea, en poco se asemeja ya. Para empezar ha cambiado el espíritu del mismo. Resurgió como un deporte amateur y durante muchísimos años estuvo prohibido el profesionalismo, o mal visto. Sin embargo, ahora es un lucrativo y mercantilizado negocio en su máxima expresión.

Los aficionados apelan «al amor a los colores» y osan llamar «mercenarios» a los jugadores que abandonan su equipo para irse a otro donde les pagan más. Algo lógico que realizaría en su vida el más común de los mortales. Creo que normal que las personas se preocupen por mejorar su situación y la de su familia. Además, hay que tener en cuenta la corta vida profesional de estos deportistas. Una bolsa cargada de maravedíes siempre es un buen reclamo. Hasta ahí, estoy de acuerdo con la mercantilización del fútbol, que lo sería de la petanca, por ejemplo, si a todos nos diese por aficionarnos a este deporte.

Lo que resulta incongruente es la disparidad de precios (y de dinero que mueve) del fútbol de hoy en día en relación (no tenemos que retroceder mucho en el tiempo) con los de finales del siglo pasado y principios de éste. Es decir, menos de veinte años.

Acabamos de asistir a una cifra récord por el traspaso de un jugador y también récord por lo que va a percibir de salario. Neymar ha dejado Barcelona rumbo a París por 222 millones de euros y pasará a cobrar 30 millones netos por año. Muy atrás, casi en el Pleistoceno, quedan las cifras récords de hace veinte años cuando Mijatovic marchó de la capital del Turia a la de las Españas por 1.200 millones de pesetas (poco más de 7 millones de euros) en 1996, dejando una historia de odio irreconciliable entre ambos clubes. O cuando a principios de siglo el tope salarial lo marcaban los «galácticos» del Madrid (véase Zidane, Raúl o Figo) con 6 kilitos limpios por temporada. El mundo del fútbol definitivamente se ha vuelto loco.

El dinero de las televisiones y de los jeques fluye a raudales. Las consecuencias las pagan los aficionados a través del merchandising, entradas y abonos. Pero parémonos a a observar. Precios disparatados muy por encima del valor real de mercado y facilidades para el endeudamiento (todos los clubes españoles arrastran deudas con Hacienda superando las de los dos colosos, Real Madrid y Barcelona, los 500 millones de euros). Estas son características que se dieron durante la burbuja inmobiliaria. Y acabó explotando.

¿Qué sucedería entonces? ¿Se permitiría que los clubes cayeran o se les condonaría la deuda al igual que con el rescate bancario? Si sucediese esto último, Hacienda perdería miles de millones de euros que sufriríamos todos, retrotrayendo un dinero necesario para pilares básicos de nuestra sociedad. Seguramente, los aficionados se echarían a las calles para evitar la desaparición de sus clubes. Ya sucedió cuando se tuvo que ampliar la Liga a 22 equipos por las manifestaciones masivas en Vigo o Sevilla, por ejemplo. También, seguramente, no se echarán a las calles por mejoras laborales ni por derechos fundamentales. Es la sociedad del pan y circo. Ha cambiado poco desde que instauraron dicha política los romanos y sus juegos hace 2.000 años.

Por lo menos hay un detalle que ha cambiado. Los Messis y los Cristianos de turno pasan por el banquillo. Algo se recuperará de lo defraudado aunque no penen con cárcel como nos pasaría a usted y a mí. Y tampoco tendríamos palmeros esperando en la puerta del juzgado para aplaudirnos que les hemos «tangado». Sí, por lo menos Montoro se ha dignado a «meterles mano», a pesar de que con el cambio de ley que realizó el año pasado no hayan percibido las arcas públicas ni un doblón por el traspaso de Neymar, el carnavalero futbolista.

Pero no es tan grave. No nos preocupemos. No nos manifestemos porque nos desahucien, porque nos recorten derechos laborales o porque nos despidan. Tampoco porque nos recorten en Sanidad, Educación y derechos fundamentales. ¡Qué sencilla y fácil es la vida del político hoy en día! Más que en mis tiempos. Siempre nos quedará el consuelo de ganar otra Copa de Europa y echárselo en cara a nuestro también desahuciado vecino. O quizás ni eso ya que ahora se llama Champions League. Cosas del marketing. Pero que la pelota no deje de rodar.

 

 

 

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