El crimen de la calle Cartas

En este nuevo artículo de la Historia de Cieza analizamos un crimen que conmocionó a la sociedad ciezana de principios del sigo XX y que ha llegado hasta nuestros tiempos impregnando el imaginario colectivo. Fue el asesinato de una madre y su hijo acaecido en la popular calle del casco antiguo

Javier Gómez

Al inicio de este, todavía, misterioso suceso de la crónica negra de Cieza debemos situarnos en los albores del sigo XX, concretamente en el invierno de 1902. Corría el gélido mes de enero de dicho año cuando los vecinos de la concurrida, y por entonces neurálgica, calle Cartas descubrieron al amanecer un horrendo crimen. Piedad Ortega, que regentaba una tienda de aceites en la citada calle, y su hijo, de ocho años, fueron hallados muertos en la estancia entre abundante sangre y numerosos indicios que delataban un atroz asesinato: la mujer fue encontrada quemada y con un pañuelo en la boca; parece ser que fue torturada arrojandole un puchero hirviendo y ahogada y silenciados sus gritos con el pañuelo. El niño falleció golpeado contra una tinaja.

El lector actual debe imaginar la tremenda conmoción que supuso para la sociedad de la época, en una pequeña población, semejante acontecimiento. Algunos de los detalles que rodean el crimen se encuentran difuminados con la leyenda; otros, sin embargo, están documentados por Juan Ramón Capdevila, procurador y cronista de la Villa, que siguió todo el proceso posterior y que, incluso, editó un periódico exclusivo para la ocasión.

Se iniciaron las investigaciones y la alarma saltó cuando se realizaba la autopsia, donde se encontraban los familiares y uno de ellos, el tío de la fallecida, Juan Ortega Martínez, conocido como ‘El Chavas’, exclamó: «¡Qué sola te viste entre cuatro hombres! Lógicamente, esta afirmación hecha en público alertó a todo el mundo. Se desconocen las causas por las que lo dijo. Pudo ser un error, una reflexión interior en voz alta o una liberación culpatoria. Pero lo sorprendente estribaba en cómo podía conocer su tío cuántas personas perpetraron el crimen si no había estado presente. Inmediatamente, fue detenido y llevado a dependencias policiales.

Entre la justicia de la época y la actual media un abismo. Las toscas medidas de investigación e interrogatorio de principios del siglo XX incluían la tortura. Después de haber sido torturado, ‘El Chavas’, confesó el asesinato e inculpó a otros tres hombres: Juan Antonio Ortíz, ‘El Maleno’, José Carreras García, ‘El Carreras’, y Encarnación Pascual. Sobre éste último pesa una curiosa leyenda. ¿Por qué tenía un nombre femenino y otro masculino? Había quien decía que se debía a su condición de hermafrodita y quien alegaba que era bisexual.

Parece que nadie dudaba de la autoría de ‘El Chavas’ pues a su autoinculpación se unían sus antecedentes: casi veinte años atrás había matado a un hombre en Ulea. Todos los inculpados fueron torturados y se confesaron culpables. Declararon que el móvil consistía en el robo de un dinero que la víctima guardaba en la casa y que por ello la torturaron, aunque nunca hallaron rastro del mismo y Piedad Ortega murió sin decir donde lo escondía. La muchedumbre clamaba justicia y pretendía ejecutarla allí mismo. Sin embargo, las autoridades lo impidieron y fueron conducidos presos a la cárcel de Murcia a la espera de juicio.

El proceso, como los de aquellos tiempos, no contó con las suficientes garantías legales y los tres fueron conducidos ante el juez. Sí, tres de ellos, porque Encarnación Pascual murió en la cárcel antes de que se celebrase el mismo en extrañas circunstancias, acordes con todo lo que rodeó el crimen.

Ante su señoría, Agustín Chopos, todos se declararon inocentes y alegaron, aconsejados por los letrados Ricardo Oliver Ruiz y José Chapapietra, que su confesión fue motivada por las torturas a las que fueron sometidos. A pesar de su cambio de declaración y de que no existieron pruebas concluyentes (solo especulaciones testificales que aseguraban haberlos visto merodear por la zona), fueron declarados culpables y sentenciados a la pena de muerte. El garrote vil aguardaba a los condenados.

Sin embargo, la suerte, en última instancia, sonrió a los inculpados y la pena de muerte les fue conmutada por la de cadena perpetua. En este momento, la leyenda se vuelve a apoderar de los hechos y se especuló con que, finalmente, ninguno de ellos cumplió grandes penas de prisión y fueron liberados al poco tiempo. Incluso hubieron vecinos de Cieza que aseguraron que, tiempo después, vieron a ‘El Carreras’ merodear por la localidad.

Leyenda y realidad se entremezclan y se pierden el en tiempo, como todo lo que envuelve un crimen misterioso en una pequeña localidad. Un crimen cruel. Una mujer torturada y un niño asesinado. Un crimen, aparentemente, resuelto.

 

 

 

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