Derivándome

La deriva es algo de lo que no podemos huir. Así empieza este artículo, y no con ánimo de ser fatalista, pues tampoco pegaría con esta época estival que no hace otra cosa que no sea hacernos disfrutar más de ese dejarse llevar. No con ánimo de ser fatalista, ya que allá cada alma es capaz de sacar su visión de esa deriva que no nos deja echar anclas. Oye, que algunas sí que lo consiguen, ya sé que me lo podréis echar en cara, pero ya sabemos que al echar anclas se nos pegan el moho y los hongos, que derecho a vivir tienen, pero nos corrompen. Que una cosa es simbiosis y otra muy distinta que me coman.

Estamos en una deriva continua. Agarrados a un tablón de madera al compás del oleaje. Podemos nadar o patalear absurdamente el agua, pero seguimos a la deriva. Y no lo digo con ánimo de entrañar desidia, que podría ser totalmente en esta época del año. En cierta medida la tinta que me acompaña el pecho ha creado unas manchas en forma de letras “PANTA RHEI”. Todo fluye, que lo dijo Heráclito. Queramos o no, vamos a fluir. Se le suele decir a la gente: “Oye, fluye más, déjate llevar”. La realidad es que se fluye constantemente, pero hay gente que todavía no lo ha entendido, y claro, se pierde. Yo les diría más: “Oye, estás fluyendo, atente a las consecuencias”.

Que la deriva genera derivados es algo sabido mundialmente. Derivados artificiales, artificiosos, que solo causan dependencia. Dependencia a la deriva, qué barbaridad. Es como tener dependencia a pensar, a respirar. Imagina estar a todas horas queriendo respirar. Va ligado a la vida, pero no se fuerza, no se fuerza a no ser que necesites una bocanada de aire tras un trauma. Pues en las mismas ocasiones hay que pensar en la deriva, mientras tanto se está. Demasiado estoy yo ya con esto.

A veces también me ha gustado pensar en una teoría, llamada “de las ondas” por Schmidt, por la cual se sugiere que las lenguas evolucionan formando fenómenos que divergen y convergen entrecruzándose de modos diversos como las ondas que se forman en la superficie de un estanque cuando se echa sobre ella un puñado de piedras. Pues bien, me gusta ver que en esta deriva somos piedrecitas, y que cada cual hace su expansión de ondas, y se mezcla, se entresija, se malea, se expande y contrae a merced de las demás derivas. Yo me dejo derivar en artículos, y en este he decidido dejar a la deriva mi flujo de conciencia y ha ido cayendo sobre el teclado. Siento el fluir.

 

 

 

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