Diego J. García Molina analiza las nacionalidades históricas en un artículo de Opinión

NACIONALIDADES HISTÓRICAS

Me hace gracia cuando, para justificar los privilegios y prebendas que disfrutan en algunas zonas de este, nuestro país, se habla de regiones históricas; o yendo más allá todavía, de nacionalidades históricas, falseando de ese modo el término nación. Como si la historia hubiera pasado de largo en el resto de regiones, o estas hubieran aparecido hace 40 años por arte de magia.

A las regiones que quedan fuera de este privilegiado club no tengo todavía claro cómo quieren clasificarnos los políticos y los gurús de los medios de comunicación que, en este momento, monopolizan el flujo de noticias y la opinión aceptada como válida; si son colonias de estas “regiones históricas”, autonomías de segunda categoría o formamos realmente parte de un país de personas con los mismos derechos y obligaciones, nazcan donde nazcan, y residan donde residan.

Esta falacia de las regiones históricas la ha comprado mucha gente asimilando conceptos erróneos o acontecimientos falseados. A mí han llegado a decirme personas supuestamente ilustradas que los vascos nunca habían sido conquistados. ¿Puede ser casual tamaño error? La labor de años de propaganda e intoxicación funciona. Nada más lejos de la realidad que pretender que solo algunos de los territorios de España han tenido entidad, protagonismo y singularidad propia a lo largo de la historia.

En nuestra misma Región de Murcia, histórica como la que más, tenemos constancia de ocupación humana desde el paleolítico inferior, cercano al millón de años. Yacimientos del paleolítico medio (hombre de neandertal) como los de la Sima de las Palomas en Torre Pacheco, con restos desde el 150.000 al 35.000 a.C. Por no hablar de la importancia de la cultura argárica: hay registrados más de 200 poblados en nuestra región que datan de entre el 2.000 y el 1.100 a.C.

La forma de organización en la llamada por los griegos Iberia era tribal, con diferentes pueblos constantemente guerreando entre ellos y sin ninguna percepción de pertenencia o vínculo común como estado; además de las ciudades fenicias y griegas establecidas principalmente en la costa mediterránea. No fue hasta que los cartagineses conquistaron gran parte de la península, casi la mitad sur de la misma, cuando se puede hablar de la primera entidad administrativa en la provincia cartaginesa cuya capital era Qart Hadasht, la actual Cartagena. De aquí precisamente partió el ejército, con Aníbal al frente, el cual sembró el terror durante años en la península itálica tras pasar de forma asombrosa por los Alpes, elefantes incluidos. Tras la audaz conquista de la considerada inexpugnable capital cartaginesa en la segunda guerra púnica por Publio Cornelio Escipion, pasó a formar parte del imperio romano, llegando incluso a ser capital de provincia tras la división realizada por Diocleciano; sin duda una de las principales ciudades de Hispania de la antigüedad. Fue también capital de la provincia bizantina de Spania tras la conquista por el emperador Justiniano. Pocas ciudades habrá en España con una historia tan rica y abundante como la de Cartagena.

En el periodo de ocupación musulmana de la península ibérica fue Murcia quien cogió en la región el testigo del protagonismo nacional e incluso internacional como veremos. En diferentes épocas la cora, taifa y reino de Murcia fue una entidad totalmente independiente con capital en la ciudad del mismo nombre. En la época de Ibn Mardanis, llamado rey Lobo, hizo frente al poderoso imperio almohade y su territorio abarcaba desde Albarracín en el norte hasta Écija en el oeste y Baza en el sur, amenazando incluso con tomar Sevilla y Córdoba. Abarcaba zonas de la actual Valencia, Albacete, Almaería, Jaén, Granada y la propia Murcia, convirtiéndose en una de las principales ciudades de Al-Andalus. Fomentó el comercio de tal modo que su moneda se convirtió en referente en Europa, los morabetinos lupinos, siendo la artesanía la principal exportación a ciudades italianas esencialmente. A lo que habría que añadir las numerosas construcciones que se levantaron como símbolo de su poder estatal, como el palacio de Monteagudo (en reciente excavación arqueológica), entre otros. Es parte también de nuestra historia. Todavía hubo un último periodo de dominación murciana de Al-Andalus con Ibn Hud en el siglo XIII tras la caída del imperio Almohade, cuando pasó a dominar casi todo el territorio musulmán en la península, exceptuando Valencia.

Posteriormente, tras la reconquista cristiana en el mismo siglo XIII, fue el único de los reinos creados por la corona de Castilla con instituciones propias. Incluso con el rey Alfonso X el Sabio se convirtió Murcia en una de las 3 capitales junto a Toledo y Sevilla. De hecho, dejó escrito este rey en su testamento que su hijo heredara el Reino de Murcia con la condición de ser vasallo de Castilla y León.

Nadie puede negar, por tanto, si nos atenemos a la historia real documentada, que nuestra región no haya tenido la misma importancia que el resto de territorios de nuestro país. Al fin y al cabo, ¿en qué parte de este antiguo país no hay un pedazo de tierra que no tenga una historia que contarnos?

Debido a ello, me sorprende que todavía en el siglo XXI sigan vigentes fueros medievales, cesiones y prerrogativas con la excusa de antiguos derechos, con el añadido de que, en vez de ser un fenómeno a extinguir, va a más. Tenemos una comunidad autónoma, privilegiada como ninguna otra durante años, en abierta rebeldía ante el estado desafiando e incumpliendo las leyes que nos permiten mantenernos unidos como país. Dijo Abraham Lincoln: “Es más fácil reprimir el primer capricho que satisfacer a todos los que le siguen”. Si se hubiera seguido el consejo de este presidente, recordado por su lucha contra la esclavitud, llevando la guerra civil a su país con tal de no claudicar ante la injusticia de los estados sureños secesionistas, este problema estaría resuelto hace años.

Es incomprensible que en el momento en que debiéramos dirigir nuestros esfuerzos en estar más unidos que nunca junto al resto de países de la Unión Europea para acometer los desafíos del nuevo milenio (pobreza, hambre, emigración, mejora medioambiental, revolución tecnológica, amenazas a la libertad) nos encontramos luchando por frenar la atomización del territorio y perdiendo tiempo y dinero en peleas estériles totalmente improductivas. De nuevo la historia se repite y estamos abocados en España a perder el tren de la modernización y de la evolución hacia sociedades más solidarias, igualitarias y libres. ¿Hasta cuándo abusará de nuestra paciencia esta inepta clase política?

 

 

 

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