El Fantasma de los Reyes pasados

En un abrir y cerrar de páginas nos encontramos en la festividad de los Reyes Magos de 1923 en Cieza

Miriam Salinas Guirao

Con este capítulo de la historia de Cieza procuro, como lo hizo Dickens, despertar al espíritu de una idea sin que provoque malestar. El escritor inglés deseaba en el prefacio de A Christmas Carol (Un cuento de Navidad) que su obra encantara los hogares. Ahora, lejos de Inglaterra, en Cieza, volvemos a 1923.

Cieza, enero de 1923

Esparto, industria, barrigas vacías, a medio, o llenas. Señoritos y señoritas, tierras que alimentan. Sudor, manos duras, lía, escarcha, lumbre.

Atravesamos el tiempo y nos colamos en la casa de Capdevila -así firmaba en Nueva Cieza-.  Recuerda el Día de Reyes, veía como de sus ojos el llanto manó a raudales al mirar a sus hijos, su dicha se reflejaba en los rostros, que soñaban en el regalo. Y la idea inocente que podía quebrar el pensamiento de sus pequeños, llenando de zozobras el pecho, por si el regalo no les gustaba. Cuenta como toda la noche aquella, no descansaban de sembrar inquietudes. Por fin, se hacía de día y los ojos abrían desmesurados, saltaron de la cama, con alegría, a por sus regalos. Capdevila recordó que corrieron por ellos, cada objeto que salía de su envoltura arrancaba los gritos satisfechos de los niños. Soldaditos, una muñeca… Escribía al abrir los regalos: “Hoy que al mundo conozco perfectamente, y que tengo en el alma, profunda herida, gozo, con vuestro goce, sinceramente, pues luchan en mi pecho, calladamente, lo que endulza y amarga mi triste vida. Pues aunque se haga polvo mi débil pecho, y riegue con la sangre, mi senda ruda, por ser pobre, no tengo ni aun el derecho, de publicar las quejas de mi despecho, y ha de quedar, por fuerza, mi lengua muda. Ya que formando en fila los soldaditos, y viendo que se vuelcan a impulso leve, se llena vuestro pecho con infinitos placeres, tan hermosos y tan benditos, como es pura y hermosa la blanca nieve; ya que, a costa de poco, sentís el alma repleta de venturas indefinibles, y alcanzáis de la dicha la undosa palma, y sentís esa inmensa bendita calma, que causan los placeres suprasensibles; seguid, seguid gozando mientras os cuadre; más tratad los muñecos con gran cariño. Pensad, hermosos míos, siempre en la madre, que vela por vosotros, y en vuestro padre, que con vosotros juega, como otro niño”.

Una carta pública

Salimos del hogar de los Capdevila para entrar al cuarto de Enriqueta Moxó. Los Reyes Magos le dejaron una carta pública en el diario de 1923. Cuentan las letras que pasaron los de Oriente su eterna leyenda sobre un hogar entristecido y en el rescoldo, todavía caliente, colocaron una brasa luz, símbolo de quien puede avivar la lumbre y anudar el hilo roto. Le dejaron escrito: “No creas, bonica súbdita, que por que vayas a cumplir 17 años nosotros íbamos a faltar esta noche, donde descansas con sueño infantil. ¿Qué poblará esta cabecica rebosante, ahora que no sientes la vigilancia de la realidad? ¿Quién lo pudiera saber? Ojalá soñaras con nosotros, Reyes Magos, Magos. Nosotros somos creación ejemplar de los niños, de los que tenemos los mayores mucho que aprender; nosotros pedimos, o debemos pedir nuestros juguetes -llámense Fama, Bondad, Amor…—y confiamos siempre en hados benevolentes, que nos cumplan la ilusión… Tú tendrás, como todo el mundo, tus secretas aspiraciones, tus juguetes que pedir. Tú eres muy buena y te lo mereces todo. Confía; ten salud y esperanza. Sueña cuando duermas. En la clara noche lunar nos acercamos en silencio a tu cabecera y queremos interrogarte. Habla, que tus Reyes Magos no dejarán de escucharte. Nosotros somos viejos, y como viejos, nos gusta aspirar el aroma de las vidas en flor. No te olvidaremos. No olvides tú a tus Magos, a estos hombres anacrónicos y fantásticos que tienen el encanto de lo vagaroso e incierto. De la caravana rica en presentes que nos viene por los caminos del porvenir… Te besan muchas veces tus Reyes Magos”.

Muñecos de cartón

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Había casonas, grandes parcelas, a doble calle, donde únicamente vivía una familia. Y había cuartos para una familia entera. En estas últimas, quizá con suerte los Reyes dejaban muñecos de cartón, algo de dulce. También en Cieza persistía una prisión y en ese Día de Reyes, se  obsequiaba a los presos de la cárcel de partido, con una merienda extraordinaria, que servían y costeaban mujeres del pueblo. En ese año de 1923 aparecen: Clara Lorenzo, de Marín Oliver; Pascuala Pérez, de Marín; Dolores García Gutiérrez, de Marín-Blázquez, Vicenta Jaén, de Pérez Gómez, Aurora del Castillo, de Peña. Patrocinio Rodríguez, Asunción Marín Lorenzo, Anita Jaén Martínez,  Pepita Jaén Martínez, Antonia Pérez, Dolores Martínez García, Josefa González, Ángela Baldrich y Anita Marín-Blázquez Jaén.

Transcurridas las fiestas de Pascua, que se prolongan hasta el clásico día de Reyes, todo volvía a adquirir su marcha ordinaria: volvían los estudiantes a regañadientes a sus cátedras, abandonado la molicie del pueblo natal, donde pasaban, como un soplo los días de vacaciones; los chicos veían con dolor abrirse de nuevo las escuelas, “cuya organización deficiente hacía que no fueran, como debieran, amadas por los catecúmenos del saber: que no alcanzan a comprender aun todo el bien que les aporta esa que ellos juzgan insufrible prisión y penosa tiranía”, así se describía el final del Día de Reyes, en aquel invierno de 1923. Todos los asuntos de todos los géneros quedaban paralizados estos días. Volvía la rutina real al pasarse el último día grande de los más pequeños. Se hinchaban algunas gargantas, quizá como ahora, se henchían los sueños, con nuevo ardor, como si se tratara de ganar tiempo perdido. La realidad de aquel 6 de enero de 1923 despertaba a los obreros a su faena, al abogado a sus pleitos, al industrial a sus negocios, a la moza a sus servicios,  y todo tornaba a adquirir ese carácter de normalidad rutinaria y enojosa. En las páginas del diario, en la ventana que hemos abierto al pasado, se recordaba que antes de llegar el año nuevo, eran muchísimos los que se proponían, para el inmediato, regimentar sus negocios, reformar su conducta en el orden económico, introducir un cambio radical en sus asuntos, en su administración; adoptar, en una palabra, un nuevo plan de vida, pero como de un año a otro, solo media un átomo de tiempo, cuando se daban cuenta de que había variado el año, ya llevaba de él algunos días. Las atenciones perentorias obligan a no poder interrumpir la marcha que tenemos emprendida, de aquí que tales propósitos, en la mayoría de los casos, no pasen de propósitos; para que estos, en su mayor parte, se cumplieran, era preciso que de un año a otro, mediara un semestre por lo menos. Así nos llega la voz de L.L. que continuaba admitiendo: “Y aun así ¡No tendríamos mucho tiempo para decidirnos! Nada, pues, menos cierto que aquello de «Año nuevo vida nueva»… ¡Qué más quisiéramos todos! Por desgracia general, el año nuevo llega, pero la vida, sigue siendo igual, penosa para el pobre, insufrible para el enfermo, aburrida para el rico holgazán, de afanes sin cuento para todos pues por consoladora ley del destino nadie está  contento de su suerte en este pícaro mundo; lo que aprueba y enseña que no se debe envidiar la de nadie, y que solo en la conformidad con la de cada uno, está el secreto de la escasa felicidad que podemos disfrutar en esta vida. Pero cualquiera tiene toda la dosis de filosofía necesaria para sentir esa conformidad”.

La voz que nos empuja, la que hoy ha vuelto sin sonido gutural, más como canto, recordaba entonces que siempre había quejas. Hemos abierto un hueco al pasado, una forma tibia de encontrar la raíz, que soporta y alimenta. Nos hemos colado en el Día de Reyes de 1923 y me sorprende reconocer la ilusión de la festividad, como la que hoy se ve en los pequeños. Los regalos, que ahora van por pares, antes, incluso en las familias acomodadas eran de uno en uno. Que había juguetes de cartón, carne de membrillo, hojalata y turrón. La ilusión de abrir paquetes, con el tiempo contado. La media de hijos por mujer era entonces de 4 (Fertility Rate), un jornal llegaba para criar una familia, los hermanos cuidaban los unos de los otros, la crudeza del hambre, de la enfermedad, del frío. El ruido de atrás, el ruido de ahora, culmina cada vez que un niño en el Día de Reyes abre un paquete. Con este capítulo de la historia de Cieza cerramos, como lo hizo Dickens, motivando al espíritu de una idea, unas letras que busquen la constante que se mantiene en ese rincón alegre, todos los años.

 

 

 

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