El paludismo y el río Segura

España cumple 55 años de su declaración “libre de paludismo”, hasta esa fecha la enfermedad había sido un problema de salud pública del que no se libró ni  la Región ni Cieza

Miriam Salinas Guirao

El paludismo, también conocido como malaria, campó durante siglos por el territorio español y europeo. El causante de los brotes era el mosquito Anopheles, y particularmente, el protozoo Plasmodium. En el territorio nacional los brotes de paludismo fueron especialmente importantes durante los siglos XVIII y XIX coincidiendo con el desarrollo de múltiples conflictos armados. Ya en el siglo XIX comenzaron a reconocer los mecanismos de transmisión de la enfermedad y los posibles tratamientos. Y a partir del siglo XX comenzaron a crearse programas antipalúdicos con el objetivo de frenar la propagación de los brotes.

Las muertes del paludismo

Junto con la viruela, el paludismo, que arrasaba en verano, ocasionaban mermas importantes en la población de la Región: “El siglo (XVIII) se inauguró en Murcia con un importante contagio de tifus en 1706, motivado por las miserias de la Guerra de Sucesión, que tanto afectó a los regimientos como a la población civil y ocasionó una mortalidad del 166 por mil en el reino; y a partir de su tercera década, empezó a evidenciarse un gravísimo problema en las ciudades con ríos o zonas pantanosas próximas, debido a un renacimiento del paludismo. La hembra del mosquito anófeles, transmisora de la dolencia, llevaba el luto a muchas familias de Murcia, las cuales sólo tenían a mano la quinina para combatirla, entretanto los concejos intentaban impedir su macabra labor desecando humedales. Molina de Segura y otros pueblos de la Vega Media prohibieron cultivar arroz en sus términos, por lo cual la planta emigró río Segura arriba hasta llegar adonde se halla en la actualidad, en un sector del regadío de Calasparra suficientemente alejado de la villa para que las fiebres palúdicas no constituyeran un peligro constante. Pese a la quinina y a las precauciones con las aguas empantanadas, los ataques de los mosquitos eran permanentes y dolorosos por las abundantes víctimas mortales que ocasionaban y dejar a los infectados imposibilitados largos periodos de tiempo. Con frecuencia, se relaciona la aparición del contagio con temporadas de lluvias intensas, que creaban pozas o pequeños fangales cerca de núcleos habitados, donde las hembras anófeles realizaban sus puestas sin ser molestadas, o con la construcción o reconstrucción de canales, presas o albercas, infraestructuras hidráulicas que prosperaron durante todo el siglo XVIII, cuando crecieron los bancales regados en las vegas y se alargaron las acequias que les suministraban el agua. Las tercianas afectan casi todos los años de la centuria a lugares del reino de Murcia, algo que es común a otras regiones levantinas. (Juan González Castaño, Cronista Oficial de Mula, “Las epidemias en el reino y provincia de Murcia, siglos XIV-XIX” en Del curandero al médico. Historia de la medicina en la región de Murcia IX Congreso de Cronistas Oficiales de la Región de Murcia).

La cuenca del Segura, con sus crecidas y sequías, se convertía en un criadero fértil para la enfermedad. Con respecto a la siembra en Cieza, el investigador, Antonio Ballesteros Baldrich, coincide y señala que en 1740 el Concejo prohibió que se sembrara arroz: “En vista de las grandes enfermedades que asolaban la vida de varias personas…” (“Medicina y médicos en la historia de Cieza. Siglos XVI al XIX” en  Historia de la medicina en la región de Murcia IX Congreso de Cronistas Oficiales de la Región de Murcia). Una de las epidemias más duras fue la de 1785, “estimándose su mortalidad en dos de cada mil personas, con las excepciones de las comarcas del Noroeste y río Mula, donde fue mayor. En aquélla se contagió el 43 por cien de su censo demográfico y perecieron, por ejemplo, 11 de cada mil habitantes en Caravaca y 31,8 en Moratalla” (“Las epidemias en el reino y provincia de Murcia, siglos XIV-XIX”, ibídem). En nuestra localidad, el año 1802, la epidemia de paludismo (tercianas o malaria) llevó a las autoridades a “pedir socorro de quina o dinero para subsistir a la extrema situación” y a prohibir la cocción “de esparto, lino o cáñamo en las proximidades de la villa”, como señala Baldrich.1

Los casos en Cieza

Francisco Javier Salmerón Giménez señala en Caciques murcianos: la construcción de una legalidad arbitraria, 1891-1910 que en 1890, en Cieza, en febrero, el alcalde relacionaba los casos de paludismo con “los tarquines (cieno que se deposita en las aguas estancadas o el que queda después de haberse inundado los campos) que se encontraban depositados en el pantano de la huerta y en los cauces que conducían hacia él las aguas de la Fuente del Ojo”.  Unos años más tarde, tras las peticiones de la construcción de un embalse, concretamente, el 4 de enero de 1895, en Las Provincias del Levante, se publicaba un requerimiento al alcalde de Murcia: “Ya sabe el Sr. Alcalde que la construcción del Pantano del Quípar es una necesidad suprema de este país: la reclama todo el mundo con urgencia.” En la carta argüían, además de las causas de las inundaciones y la sequía, la enfermedad: “durante el verano, se seca el Segura y como consecuencia, las acequias que de él reciben el precioso líquido. Todo el trayecto de Cieza a Guardamar, se llena de charcas, en donde la fuerte reverberación solar, descompone las materias orgánicas, originando en más de una ocasión un paludismo mortífero, que ha causado terribles estragos.”

Los síntomas de la enfermedad coinciden con los de la gripe, inicialmente: vómitos, sudores, fiebre alta, dolor de cabeza, dolores musculares, diarrea y malestar general. Después, el enfermo siente mucho frío a lo que le sigue una fase con fiebres muy altas; y la última fase: la temperatura corporal se normaliza, se produce una diaforesis generalizada y una fuerte astenia que normalmente provoca sueño.2

Lucha antipalúdica

Ya en el siglo XX comenzó en España la lucha antipalúdica que se planificó en base a los datos de la prevalencia de la enfermedad. Primero los médicos Ian Macdonald y los doctores Francisco Huertas y Antonio Mendoza iniciaron sus investigaciones en la parte suroeste española. Tras ellos,  el galeno italiano Gustavo Pittaluga analizó la situación epidemiológica en Valencia, Baleares, Madrid y, con mayor rigor, Cataluña. En 1920 se le confió la dirección de la Comisión de la Lucha Antipalúdica a nivel estatal, y clasificó las provincias españolas en tres grandes bloques en base a la intensidad del paludismo, situando la Región como “endemia grave” e “intensa” (Malaria en España: aspectos entomológicos y perspectivas de futuro publicado en la Revista Española de Salud Pública).

Llegados casi a la mitad del siglo XX, en Cieza seguían produciéndose brotes de paludismo. La historiadora, María Encarna Nicolás Marín (“Cieza durante la Dictadura Franquista: política y sociedad en la postguerra” en Cieza en el siglo XX: pasado y presente) sostiene que “el peligro de contraer enfermedades contagiosas no fue la preocupación mayor de las autoridades locales, ya que no emplearon todos los medio a su alcance para erradicar el problema, limitándose a reprimir la libre circulación de estos enfermos. En 1943, la jefatura provincial de sanidad llamó la atención al ayuntamiento porque solo había gastado en Obras de carácter sanitario 1.150’25 pesetas; cuando le correspondía el 3% del presupuesto municipal, es decir, 48.000 pesetas. El problema, sin embargo, siguió pendiente y redundó en el aumento de casos de paludismo otra enfermedad endémica en Cieza”.  El Centro Secundario de Higiene Rural de Cieza le dirigía al alcalde en 1943 una Nota de Oficio explicando que se había observado que “junto al Camino de Abarán, bajo la fábrica del señor Belló, existía de modo permanente unas charcas de agua estancadas y yendo en aumento el número de casos de paludismo en esta ciudad”, se rogaba que las autoridades hicieran desaparecer los focos nuevos de paludismo.

En 2015, según la OMS, se registraron 212 millones de casos de paludismo en todo el mundo, casi todos en el África subsahariana.  El Segura ya no trae estas infecciones que antes asolaban a la población; en el 1964 España se declaró libre del paludismo, tras cientos de vidas perdidas.

 

 

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