Las excelencias pictóricas de Cieza a través del prisma de María Parra

Cieza, cuna de artistas

Querido lector,

como Atalaya rocosa y perenne, no me afecta el discurrir de los años ni de los siglos. Estoy aquí desde siempre y para mí el pasado, el presente y el futuro se funden en un solo tiempo. Desde aquí arriba veo los efectos del paso del tiempo en todos los ciezanos que se encuentran bajo mi sombra eterna y protectora.

Estoy aquí, impertérrita, viendo pasar las hojas del almanaque, viendo discurrir inviernos, primaveras, veranos y otoños. Aquí sintiendo el frío y el calor, y esa pertinaz sequía que en las últimas décadas tanto me erosiona. Aquí me encuentro viendo nacer, crecer y morir a tantos ciezanos y ciezanas que han visto bajo mi imponente mole las primeras luces y han sentido el último latido de su corazón.

Soy como un faro rocoso que domina el valle en lugar del mar, que es la referencia de caminantes en lugar de navegantes. Soy el norte que ha sido referencia del paisaje de toda la historia de este pueblo, desde aquella Siyasa medieval tan legendaria a esta moderna Cieza de hoy.

Y es por ello por lo que he servido de modelo, sin yo pretenderlo, a muchos pintores que han visto en mi pétrea y desafiante envergadura un buen motivo de inspiración para plasmarlo en sus cuadros. ¡Cuántos artistas de la acuarela o del óleo han permanecido bajo mis pies con sus pinceles, sus lienzos y sus caballetes mirándome días y días para conseguir hacer de mi paisaje una obra de arte!

Siempre ha sido esta una tierra de pintores pues este valle, este río, esta huerta y, perdonen la inmodestia, esta Atalaya, no han dejado indiferente a nadie al que le guste manejar los pinceles y el color, arte tan maravilloso como sugerente.

Es difícil y arriesgado escoger un nombre entre tantos pintores que ya se fueron, entre aquellos de los que solo nos queda el recuerdo de su persona y, lo que es más importante, de su obra colgada en paredes de casas o hasta en museos.

Evoco a un hombre tan sencillo en su humanidad como brillante en su pintura, tan humilde en su vida, como artista en su obra. Nuestro querido y entrañable Jesús Carrillo fue un auténtico enamorado del pincel, que hizo de buen embajador de nuestra tierra, recorriendo España con los paisajes ciezanos bajo el brazo. Exponía en galerías como la madrileña Toison llevando a su Atalaya como bandera, aquella montaña que tantas veces contemplaba desde el río, calzado con su enorme sombrero de paja, para plasmarla en su lienzo con poética atmósfera.

Carrillo fue pintor de profunda formación académica y con una concepción clásica del arte, que nunca le alejó de su carácter humilde y discreto. Daba gusto verlo disfrutar ensimismado frente a su caballete, en una de esas tardes de marzo, en las que los árboles lo habían recibido vestidos de multitud de colores, rodeado de algunos niños, que habían interrumpido su juego, atraídos por aquel seductor oficio (como fue el caso de Manolo el hijo de Jacoba Aniorte que acabó siendo pintor).

La verdad es que desde aquí arriba no he visto suficientemente recompensado su buen hacer con el reconocimiento que se merecía. Yo, sin embargo, le estoy especialmente agradecida, porque fui uno de los motivos ciezanos de su obra, de tantos paisajes como pintó en su dilatada vida pictórica.  Lo veía desde aquí arriba caminar con esa discreción y humildad que siempre le caracterizó. Y, cuando un artista envuelve su calidad y brillantez en la sencillez, su obra aún tiene más valor y mérito. Fue un enamorado de estos paisajes ciezanos a los que dibujó con fina y certera pincelada, con colores siempre atinados.

He visto también visitarme enfrascado en su tarea pictórica a otro genio de la pintura ciezana, Cayetano Toledo Puche, que dijo adiós a estos paisajes en el año 1998. Fue un hombre muy familiar y correcto, siempre inquieto en aventuras culturales. En 2001 su obra fue expuesta en la Bienal de Florencia, llegando a obtener el “Premio Lorenzo el Magnífico a la Memoria”. Afortunadamente, nos dejó a los ciezanos su legado, no solo en el mundo de la pintura, sino también en el de la cultura en general, pues fue un motor importante de este pueblo al ser cofundador de la asociación Pueblo y Arte. En su memoria, la ciudad de Cieza le dedicó en 2009 un monumento que hizo el escultor ciezano Salvador Susarte Molina, ubicado en la plaza de las Cortes Españolas de nuestra Gran Vía.

Certeramente lo definió ese otro gran genio, aún vivo, que es José Lucas, cuando dijo de él que “llevaba su inmenso corazón por encima de la camisa, por eso su obra es pasional, rítmica, luminosa. Era capaz de contar con pocas pinceladas y añoranzas lo más profundo, misterioso y mágico que contiene el paisaje, eso tan difícil que es penetrar en los secretos del mismo.”

Manuel Avellaneda Gómez, fallecido en 2003, fue otro pintor enamorado de su pueblo que contribuyó al ennoblecimiento de nuestra ciudad con su paisajismo de color ocre, que tanto caracteriza a nuestra tierra, impregnado de su influencia de la segunda Escuela de Vallecas. Avellaneda además de ser miembro fundador del grupo Aunar (efímero grupo orientado a la renovación y ruptura en el panorama artístico murciano tradicional) viajó por España, Italia y Portugal acompañado de los paisajes de nuestra tierra de naturaleza seca, lo que le llevó a ser galardonado con el “Premio Ciudad de Murcia” y con el “Premio Chys de pintura”. Posteriormente, se le han dedicado varias exposiciones retrospectivas, así como calles con las que honrar su memoria, tanto en Cieza como en Murcia.

Ellos y tantos otros que aún viven, siempre se han mirado en mí, en esta Atalaya perenne para inspirarse ante el lienzo siempre descarado y desafiante. Y por ellos sigo viva, no solo en la geografía de nuestra querida Cieza, sino en el recuerdo y la memoria hechos arte, que ha traspasado límites y fronteras.

 

 

 

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