Las mentiras (y las estadísticas)

Esto ya lo decía el bueno de Benjamin Disraeli, otrora ministro de Hacienda de la Pérfida Albión en el siglo XIX entre otras muchas cosas. Hay tres tipos de engaños: las mentiras, las grandes mentiras y las estadísticas. Particularmente, me causan más pavor las últimas. Porque son lobos feroces disfrazadas de dulces ovejitas. Y porque con ellas se puede manipular a la opinión pública (que es lo mismo que decir a cualquier hijo de vecino) al antojo de cada cual. Con las estadísticas nadie pierde. Todos los implicados las manejan como mejor cuenta les trae a sus gobiernos y haciendas. Hasta los medios de comunicación, esos dignos defensores de la democracia (cuando les parece, que últimamente no es muy frecuente). Cualquiera de nosotros hemos visto los spots promocionales de esta o la otra cadena en los que, como no son los verdaderos líderes de audiencia, se regocijan argumentando (y desorientando) que son la primera cadena más vista de las generalistas (claro porque la más vista es la pública) y lindezas por el estilo.

Pues eso es lo que ha pasado esta semana. Ha tenido que venir el INE a decirnos lo que ya sabíamos todos pero se ocultaba bajo el corruptible manto de las estadísticas. Que los sueldos, y el poder adquisitivo han bajado en España más de lo que describía el propio INE y a lo que se aferraba, cual clavo ardiente, el gobierno del paciente Rajoy. Concretamente, la bajada es de un 9,2%. Y si la bolsa no va cargada de maravedíes es mal asunto porque a la plebe le da por tirar de espada y vizcaína. Y si no se las pueden pagar, que es lo más probable, pues tirarán de hoz y martillo (mejor no mencionar a la bicha aunque esté tan de moda hoy en día amedrentar de esta manera).

Resulta que el error procedía de lo que denominan efecto de composición y eso es lo que han depurado ahora. Este procedimiento se basaba en una media aritmética. Por ejemplo, si de cinco trabajadores tres ganaban 2000 euros y los otros dos 1000 euros el resultado era que la media se situaba en 1600 euros. Ahora bien, si los dos que cobraban menos eran despedidos (lo que sucedió al comienzo de la crisis) y los otros tres veían rebajado su sueldo en 100 euros, es decir, ganaban 1900 euros, la media daba como resultado esos mismos 1900 euros. Como vemos es una perversidad estadística pues la media ha aumentado pero todos perdieron salario. Los que se quedaron sin nada y los que vieron mermados sus ingresos.

Dejando aparte líos estadísticos en los que muchos nos podemos perder, al ciudadano de a pie también le resulta cuando menos chocante el salario medio de España: 2188 euros al mes (en doce pagas). Buena bolsa parece si fuera cierta, porque lo único que pone de manifiesto es que una minoría de privilegiados hace que se incremente la media. ¿O acaso la mayoría de ustedes consiguen alcanzar ese sueldo al mes?

Aunque no debería sorprendernos. En mi época también era así. Cuando me revelé contra el nieto de los Católicos lo hice por poder y por dinero entre otras causas. Muchos historiadores dicen que nuestro movimiento, el comunero, fue una reacción contra los gobernantes extranjeros y la opresión (cinco siglos después estamos en las mismas, véase Merkel y poderes financieros). Y tienen algo de razón, principalmente cuando se nos unieron la plebe y la incipiente burguesía. Sin embargo, los cabecillas éramos de la nobleza y del clero. No nos apetecía perder nuestro poder a manos de cortesanos extranjeros y de un rey que no tenía sabía decir ni ‘hola’ en la lengua cervantina.

A pesar de que ahora se camufle como una democracia participativa, todo sigue igual. Los poderosos sienten un ansía irrefrenable de seguir acumulando riquezas y poder y la gran mayoría debe ingeniárselas para sobrevivir. Ya lo dijo una vez un gran banquero español (las malas lenguas dicen que fue Botín) cuando una periodista le interpeló por qué a su edad seguía en la brecha y no delegaba sus funciones. Vamos que le vino a decir que porque no se retiraba con la de doblones que tenía. Éste consternado le contestó: Señora, usted no sabe lo que es el poder. En efecto, podríamos afirmar que el poder es la droga más fuerte. Una vez que se posee nadie lo quiere dejar, como si fuera el anillo de Gollum. La única diferencia es que antes se mantenía con el poder coercitivo militar, que para eso estaban los tercios, la Santa Inquisición y demás mercenarios. Ahora, sin embargo, se hace mediante el poder coercitivo económico. O sea que uno tiene que callar y seguir trabajando por lo que le den para poder alimentar a la prole. Lo que antes se lograba por las armas ahora se consigue por la necesidad económica impuesta. Y muy bien secundada por las ambiguas, crueles y frívolas estadísticas.

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