Lo que el viento no se llevó, por José Antonio Vergara Parra

Lo que el viento no se llevó

Se aconseja mirar por el retrovisor de vez en cuando; tampoco todo el tiempo. La política española se halla en una encrucijada histórica que no responde a razones fortuitas o azarosas sino a motivos bien definidos. El diagnóstico de las realidades políticas requiere lo que toda evaluación seria: humildad, sinceridad y rigor analítico. Se colige, por tanto, la necesariedad de escudriñar el origen y génesis de un problema antes de plantear, siquiera, remedio alguno.  No ya por honestidad intelectual, que también, sino ante todo porque el germen de todo suceso nos ofrece algunas de las soluciones.

De un tiempo a esta parte, la inestabilidad y zozobra políticas son manifiestas; hasta tal punto que la gobernanza e integridad del país atraviesan por serios apuros. Pese a censurables y fallidos intentos por corregir las tendencias, la voluntad popular persiste en su fraccionamiento.

La democracia y la prosperidad de España tienen una deuda de gratitud hacia Unión de Centro Democrático, Partido Socialista Obrero Español y Partido Popular y, naturalmente, con todos los partidos políticos, sindicatos y empresarios que, por alturas de miras, prestaron su colaboraron o al menos no pusieron palos en las ruedas. UCD, PSOE y PP gozaron de amplias mayorías que, sin duda, sirvieron para hacer de España un país mejor. En distintos momentos de estos últimos cuarenta años, oleadas de entusiastas y confiados españoles otorgaron a los partidos citados un dominio casi plenipotenciario.

Salvo alguna excepción deshonrosa, las primeras legislaturas de los respectivos gobiernos fueron las mejores pero, más pronto que tarde, el poder, a fuerza de manosearlo, comenzó a devaluarse. Muchas son las causas que, a tenor de los ensayistas, depauperan el poder hasta reducirlo a una burla inadmisible. Porque se pierde frescura y se adquieren malos hábitos, la duración de los mandatos debiera estar limitada por Ley. Pero el político, que es también legislador, está poco acostumbrado a la reglamentación ordenada y sensata de los propios afanes.

Procuro no hablar por los demás pero imagino al pueblo español como un púgil aturdido, que apenas adivina los golpes y que se encuentra a merced de su oponente. La sociedad española no es necesariamente mejor que sus representantes políticos pero son demasiados los engaños, dantesca la corrupción, desproporcionados los privilegios, reiteradas las felonías y excesiva la burda teatralización de sus aparentes diferencias.

Podemos (ahora Unidas-Podemos), Ciudadanos y VOX no irrumpieron por casualidad; en absoluto.

El movimiento conocido como el 15M supuso un grito ensordecedor frente a la depravación y envilecimiento de la política. Las rotativas se veían desbordadas para informar sobre los incesantes casos de corrupción que salpicaban la vida pública española. Cientos de miles de españoles perdían sus trabajos y otros tantos pasaban por severas dificultades económicas lo que, sin duda, amplificó el hastío del país. Pablo Iglesias, Echenique, Monedero y Errejón jugaron bien sus cartas y recogieron el guante de aquel movimiento ciudadano. Se presentaron ante nosotros como un movimiento transversal y prácticamente desteñido desde el punto de vista ideológico. Es seguro que muchos les votaron por despecho pero la mayoría confió en aquella bocanada de aire fresco. El tiempo ha desvelado lo que algunos ya sabíamos; que aquel proyecto no era una cosa ni la otra sino manifiestamente comunista. Legítima y abiertamente comunista mas comunista a la sazón.

Ciudadanos irrumpió en la política catalana como una emergencia cívica y ética frente a la pasividad de las fuerzas políticas tradicionales. Cataluña, como el resto del territorio nacional, se vio golpeada por aquella grave crisis económica, seguramente agudizada por la calamitosa gestión del llamado tripartito.  Arturo Mas avivó el aletargado sentimiento nacionalista hasta convertirlo en una gigantesca falacia con la que eludir responsabilidades,  ocultar la propia fermentación e inventar culpables. Rivera y los suyos desplegaron una actividad parlamentaria y civil henchida de coraje y ética políticas que el resto de españoles advertimos con orgullo. El salto de Rivera a la política nacional estaba cantado y, tras un periplo serpenteante, ha caído por la misma razón por la que fue engullida Rosa Díez: la ambición desmedida. El paso atrás de Javier Nart supuso el principio del fin y el desencanto de quienes, en algún momento, sentimos alguna cercanía por esta opción.

VOX  ha sido otro de los fenómenos que, con desconcertante vigor, ha emergido en la política del país. Si Iglesias se valió de la corrupción sistémica y la desafección hacia los partidos convencionales, Abascal ha encontrado un filón, cuando no una cantera, en la tibieza del Estado respecto de la embestida nacionalista catalana así como en la inacción de los sucesivos gobiernos frente a los problemas reales de los españoles.

Los mismos que, una y otra vez, pulsan las alarmas antifascitas, evidencian una candidez y torpeza de difícil lectura. Le han hecho gratis una fabulosa campaña a VOX. La procesión pre-electoral y televisada de los restos de Francisco Franco ha debido proporcionar al partido de Abascal incontables adhesiones; no por simpatías hacia el dictador sino por rechazo a las formas y los tiempos. La benevolencia de Unidas-Podemos para con los federalismos asimétricos o, para evitar eufemismos, los nacionalismos xenófobos e insolidarios, sí que se ha erigido en una verdadera alarma patriótica que, en gran medida, ha hallado cobijo en VOX. No lo reconocerán porque la izquierda más escorada, que alguna virtud debe tener, jamás, nunca, bajo ningún concepto, confesará culpa o falta alguna ni atisbará bondad en el adversario.

Y en esa estamos. Un parlamento excesivamente fragmentado que presagia un gobierno frágil e inestable; escenario idóneo para que nacionalistas catalanes, vascos y gallegos redoblen esfuerzos en un objetivo mancomunado: el debilitamiento del Estado y la emancipación de sus respectivos territorios del yugo españolista.

Llevo lustros buscando respuestas, indagando en los programas y propuestas de los partidos políticos, observando sus ulteriores y contradictorias actitudes.  Observo una parcialidad y soberbia cegadoras que dinamita horizontes y maniata voluntades.

El viento tampoco se llevó las soluciones que siempre estuvieron ahí para quien quiso verlas, y reconozco que me ha llevado lo mío desnudar la verdad otrora esclarecida. El ejercicio de la libertad es gozoso pero exige algún tipo de compromiso que, sin duda, admitirá graduaciones y matices.

La pluralidad de partidos podría hacernos pensar que la oferta política puede colmar cualquier inquietud pero no es cierto. Hay un tremendo vacío, una oquedad que brama por ser ocupada. Soy patriota pero no liberal ni abrazaré jamás un capitalismo salvaje y despiadado. ¿Conquistar el poder? Naturalmente que sí pero para que alcance a todos, para que los españoles sientan poderío sobre sus vidas y señorío sobre sus sueños. ¿Por qué habría de renunciar a mi mano derecha o por qué a la izquierda? ¿Qué haría yo sin ellas, sin el vigor de la una y la templanza de la otra. ¿Por qué dejamos de mirar a Hispanoamérica? ¿Acaso no entendimos que es allí donde se esconde la verdadera esencia de España?

La España de mi alma, que no es mía aunque yo sí sea suyo, no anida en las oligarquías ni en los poderes sombríos y cenagosos, sino en sus jornaleros y campesinos, en su clase obrera, en los ganaderos y artesanos. Malditos sean los traidores, los corruptos e impostores. Y benditos sean los españoles de corazón manso y limpia mirada, de manos callosas y espaldas dobladas; españoles de piel arrugada y obscurecida por el sol sudoroso e implacable del estío.

Mi España no tiene clases enfrentadas ni busca en el materialismo histórico respuesta alguna, pero tiene hombres y mujeres libres, henchidos de dignidad y esperanzas compartidas. En mi España, la Justicia, la Sanidad y la Educación no se compran; se administran a todos por igual.

En fin. Supongo que es tiempo de patriotas. Siempre lo fue.

 

 

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