Los prejuicios según María Bernal

“El que quiera entender, que entienda”

¿Alguna vez nos hemos parado a pensar en el daño que se puede ocasionar cuando se utiliza el término “maricón” o el de “marimacho”? Son palabras  malsonantes, hirientes y despectivas. En la mayoría de los casos son  pronunciadas  con la boca llena de odio, asco y repulsa. ¿Por qué? Porque verdaderamente, no se tiene la valentía suficiente para afrontar con naturalidad una realidad tan corriente como es la de aceptar el amor entre dos personas que se quieren, independientemente de quiénes sean.

Vivimos en una sociedad cuyos prejuicios no desaparecieron  con la entrada de la democracia,  no desaparecen en el siglo XXI y no desaparecerán en las próximas décadas. Estoy segurísima y ojalá me equivoque, principalmente por las personas que sufren este acoso y derribo por culpa de unas mentes retrógradas, débiles y miedosas, en mi opinión, y  cuyas cabezas  están llenas de serrín que se dedican a, por cojones, imponer su pensamiento tiránico. Se presume en voz alta de airear la tolerancia como estilo de vida y, sin embargo, se peca de un cinismo incomprensible.  Y es que está claro que el paradigma de pareja ideal,  que ha sido impuesto desde la Antigüedad, responde a la unión de un hombre y una mujer, por eso  todavía hay padres que repudian a su hijos por el simple y natural hecho de ser homosexuales. ¡Qué despropósito!

¡Qué pavor! ¡Un hijo gay, una hija lesbiana! ¿Qué va a pensar el resto de la humanidad? Pues… ¿Qué narices va a pensar? Que sean muy felices. A mí es que no se me ocurre otro pensamiento y mis mejores deseos. Sin embargo, las parejas homosexuales siguen escondiéndose. Y lo entiendo. Manifestar una  condición sexual que se desvía del pensamiento tradicional puede tener consecuencias verdaderamente espantosas. Recordemos el caso de agresión a una pareja de gais por un joven de veinticuatro años en Fuenlabrada este verano. ¡Con veinticuatro años! ¿Por qué tanto odio hasta el punto de pronunciar las  palabras de “os mato si os vuelvo a ver” No, chaval. Te voy a dar un consejo: vete a la mina a picar y deja a los demás que vivan su felicidad como les dé la real gana, por no soltarte una letanía para que te enteres del ridículo que estás haciendo.

Eso es lo sorprendente, que la gente joven juzgue y actúe con tanta crueldad y maldad. Todas las personas que agreden no solo a homosexuales, sino a cualquier persona son unos indeseables que merecen  algunas veces recibir unas dosis de su propia medicina, y miren que a mí no me gusta desearle el mal a nadie, pero la impotencia aumenta cuando lees en la prensa que  el castigo para este agresor es salir en libertad sin cargos hasta la espera de juicio. Le cargaba yo una botella de butano a la espalda durante diez horas diarias para que supiera lo que son los cargos por cometer este tipo de fechorías. Sí, en efecto. Le da una paliza a dos hombres que van cogidos de la mano, se queda más ancho que pancho y la justicia decide que esté mejor en casa para que pueda seguir ideando el plan perfecto para volver a atacar.

Y es que las personas que realmente aman y se enamoran son las que entienden estas situaciones. Yo, que soy  heterosexual, entiendo perfectamente la felicidad de dos personas homosexuales o bisexuales que deciden compartir el resto de sus días. No me fijo en la condición, sino en la unión y como consecuencia, el bienestar para todos.  Soy de las que piensa  que en temas del corazón no deben de existir reglas. Es más, considero que es esencial educar, no solo en valores, sino también en la diversidad sentimental.

Todas las personas son libres de elegir con quién compartir su almohada y como expresa el grupo Mago de Oz en una de sus canciones: “El que quiera entender, que entienda”.

 

 

 

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