María Bernal opina sobre «el compañerismo»

El compañerismo es producto de la imaginación

Es triste ver en qué se ha convertido esta puñetera y agria sociedad a la que todo le sienta mal, pero mal, hasta el punto de llegar a sufrir un trauma por cualquier gilipollez que a muchos, que realmente están pasando por una situación crítica, les gustaría pasar, por no tener la menor importancia. Muchas veces nos levantamos, como auténticos guerreros incansables, con ganas de comernos el mundo, con ilusión por trabajar en esa actividad que tanto nos gusta, en la que nos sentimos orgullosos por poder ayudar a cualquier persona. No miramos las horas, solo los resultados de los que siempre tenemos que estar satisfechos, independientemente de la tierra húmeda que nos puedan echar por encima (sí,húmeda, porque de esta manera nos hunde más y nos atrapa, de tal manera que no podemos ni respirar). Pero tenemos que ser realistas y ver que el esfuerzo siempre supera cualquier intento tóxico de querer pisotear agresivamente a una persona. Yo no hablo de karma, a mí me gusta más la palabra constancia.
¿Compañerismo? ¡Qué ironía! El compañerismo solo es producto de nuestra imaginación. Hay tanta envidia, tanta rabia, tanto odio, tanta frustración, que somos capaces de sacar un cuchillo y empezar a pegar navajazos a diestro y siniestro, sin importarnos la sangre que pueda salpicar. ¿Qué más da? Si yo no miro por los demás.
Hay tanta sed de éxito, de querer destacar de manera artificial y pedante, como si todo lo supiéramos (cuando a fin de cuentas somos prescindibles en todos los sentidos), que algunas personas idiotas borran de su disco duro el significado de la palabra compañerismo. Y miren que esta palabra encierra un sinfín de emociones que nos hacen vivir experiencias únicas, pero da igual. Primero yo, después yo, y ya si acaso, al final, yo también.

Y, es que actualmente no existen compañeros, existen indiscutibles e inaguantables depredadores compulsivos que no soportan que alguien dé un paso para ir recorriendo el camino del éxito. Y, entonces, como auténticos recelosos se lanzan sobre su presa para exterminarla. ¡Con lo maravilloso que es que alguien consiga llegar donde se propone después de un sacrificio enorme que nadie conoce!
Terroristas de las emociones. Así los llamo yo. ¿Cómo pueden dos trabajadores del mismo gremio tirotearse (metafóricamente escribiendo) de esa manera? No, “bro”, como dicen ahora los adolescentes. En esta vida estamos para ayudarnos. Sí, he dicho ayudarnos. Pero se han intoxicado tanto las mentes, se han retorcido de tal forma, que ya da miedo hablar (no lo hagas, te van a traicionar), es más parece que, aun estando a su altura, te ves en la situación de tener que levantar la mano para poder actuar u opinar.
Es adorable llegar a un lugar de trabajo sin ir de sabelotodo (que haberlos haylos, y desgraciadamente van en aumento) y escuchar la voz de la experiencia. Sí, me refiero a ese compañero que sabe más que tú y que te va a dar una lección insuperable de moralidad. Porque esta ha desaparecido. Es el momento en el que yo, a la que le queda muchísimo por aprender, y no es honestidad, es porque soy más que consciente de que estoy más verde que la uva, abro los ojos de par en par, para que no se me escape nada de lo que pueda aprender de mis compañeros. Y no pasa nada, no se me caen los anillos; primero, porque no los llevo, y segundo, porque no soy tan necia a la hora de ser compañera.
El compañerismo, desde mi punto de vista, es esa realidad en la que varias personas se ayudan de manera incondicional, en la que no existe la palabra rivalidad y en la que siempre quieres estar, principalmente, por conocer a personas con la que disfrutas minuto a minuto.
Desde siempre, en casa me han inculcado valores. Muchos, la verdad. Pero la solidaridad y el altruismo han sido los dos que más he observado en mis padres. Ellos se han dedicado a ayudar y a estar para muchas personas, a pesar de que luego hayan sufrido, como todo el mundo, decepciones. Y yo, como buena hija que creo que soy (y no es que me guste colgarme medallas) he absorbido como una esponja todo lo positivo que he visto en ellos.
Sin embargo, no todas las personas han sido esponjas. Algunas se han convertido en cactus o en cardos seteros, y su única misión en la vida es joder y hablar mal de las personas; esto se refleja en esas caras, en esos ojos que son capaces de fulminarte con la mirada sucia que suelen tener. Son las llamadas puñaladas traperas, las que suelen dar los cobardes y obtusos. Los que no se atreven a mirarte a la cara y decirte qué problema tienen contigo, porque en el fondo de la cuestión son unos cagados de mierda.

Es más que patético ir de corrillo en corrillo, como si esa persona fuera la redentora del mundo, lanzando dardos a la que no se entera de nada debido a que ella vive para disfrutar y no para amargar la existencia de nadie, a la que va a aquedar en evidencia porque no va a tener la oportunidad de defenderse.

Y, claro, a la masa solo le interesa los “dimes y diretes” de estos coléricos que, al ver que no pueden llegar a ser tan buenas personas como otras, planifican su estrategia para aniquilar todo acto de bondad, toda sonrisa que alegre las mañanas y todos los oídos que estén dispuestos a escuchar.
Vamos a espabilar ya y  a dejar de estar abducidos por tanta idiotez. Despertad ya, de una vez por todas de ese mundo hipotético al que quizás no podáis llegar. Porque la vida son circunstancias, las personas tienen unos límites y la suerte juega un papel importante en la consecución de cualquier objetivo.
Vamos a ser auténticos compañeros, yo creo que lo soy (y no es por echarme flores, simplemente es porque me encanta ayudar y proteger a las personas que trabajan a mi lado, sobre todo si ellas se han portado bien conmigo, y aunque no, pues también). Vamos a dejarnos los celos a un lado y vamos a tener como misión el hecho de ayudar y aplaudir a todas las personas. Nuestro pensamiento requiere un giro de 180 grados para que seamos capaces de rectificar cuando nos equivoquemos y de reconocer los logros de los demás, aunque nosotros no seamos capaces de llegar.

Por tanto, vivamos felices con lo que tenemos y no con lo que ansiamos tener. Ya lo escribió Manrique por el siglo XV: “Allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos”, refiriéndose a que todos vamos a tener como destino final la muerte. No queramos destacar ni aplastar a esa persona que quizá mañana nos tenga que echar una mano.
Dedicado a mis compañeros de Jumilla, Molina y  Patiño, por ser esos
compañeros tan maravillosos que todos querrían tener.

 

 

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