María Bernal reflexiona sobre la «falta de respeto»

Adiós al respeto

¿Cómo se nos puede pasar por la cabeza la idea de querer inculcar el respeto entre los más pequeños, si los adultos estamos constituyendo una auténtica lacra de odio hacia las personas? Somos el mayor reflejo de las personas que están a nuestro cargo, por tanto, eduquemos desde el respeto, la tolerancia y la solidaridad.

En un mundo tan competitivo, tan engreído y tan celoso, parece que no tiene cabida la palabra respeto. Presumimos de ser los mejores educadores del mundo, sin ser conscientes de que nos estamos equivocando. Nos hemos convertido en auténticos gilipollas, y con tal de querer destacar por encima de todos, somos capaces de emplear todas las artimañas que estén a nuestro alcance, independientemente de que para ello jodamos a otra persona.

La gente no soporta ver el triunfo de otras, no admite que sean felices y no toleran que tengan una forma de actuar distinta a la suya. Las personas viven continuamente irritadas, enfadadas y con continuas quejas (una tras otra y por si fuera poco, más quejas después de haberlo hecho más de una vez).

Por favor, respiren profundamente aire puro y reflexionen sobre el verdadero sentido de la vida (que hoy estamos aquí, y mañana no). Algunos hacen de una gota un océano, cuando en realidad, el océano se corresponde a otro escenario: personas enfermas, maltratadas, abandonadas…Es en este contexto en el que sí tienen que expresar su queja, porque sí están en todo su derecho.

Desde mi punto de vista, esta actitud tan ridícula supone una falta de respeto hacia las personas que, lamentablemente, ven su vida muy oscura y son las que verdaderamente necesitan aliento. Se perdió el respeto en el momento en el que la permisividad fue cobrando protagonismo. Se hizo del consentimiento un estúpido estilo de vida, que actualmente ha desencadenado en una mala educación que al parecer está resultando irrevocable. Para más burla, esta mala baba, que se está sembrando y expandiendo, como si se tratara de una epidemia incurable, es justificada en la mayoría de los casos, bien por la ley, bien por las personas a las que le duele ese ser que es capaz de reírse de todo el que se le ponga por delante.

Y, ante esta situación tan alarmante, nace el maravilloso invento de las redes sociales. Un lugar donde aumenta la furia, los malos entendidos, la envidia, los rencorosos deseos, y lo que más me indigna: el escenario perfecto para poner en escena las mayores indirectas por todos los problemas de las personas. ¿Pero es que creéis que vais a solucionar vuestros problemas acudiendo a san Instagram o al ministerio de justicia de Facebook?

Se huele a poco respeto cuando se muestran los problemas con alguien. ¡Claro! Es más atractivo y morboso escribir lo que  ha pasado, para que los miles de amigos virtuales (sí, esos que tanto nos hacen la pelota) den likes,  comenten y nos den la razón en todo, como si fuéramos personas a punto de ser canonizadas. ¿Y qué pasa con la versión del destinatario de la indirecta? Quizá ese destinatario  piense como yo. Los problemas no son para tenderlos en las redes y esperar a que se sequen con la aprobación de la masa. Los conflictos se solucionan en la intimidad o en lugar conveniente para ello.

La confidencialidad también se esfuma en este panorama que tanto gusta a la mayoría de los usuarios de Facebook, Twitter e Instagram. Y así vamos, camino a la deriva, en lugar de ser personas inteligentes y coherentes, capaces de conseguir un mundo mejor. Pero no, como con la libertad de expresión todo está permitido, preferimos sumergirnos en este mundo de la apariencia y de la falsa personalidad y felicidad, es decir, en este mundo de mierda que, por culpa de los sedientos de halagos, se está creando. Un mundo que estresa y agota constantemente, porque claro: “yo en mi muro publico lo que me dé la gana”. Y ante este enunciado tan tiránico, la plataforma apenas puede actuar, pero miles de usuarios, débiles de personalidad, sí se pueden amargar.

Es cierto que este mundo, el tecnológico, es maravilloso cuando los grandes talentos hacen alarde de sus conocimientos y la gente expone su opinión de manera clara y sin ofender a nadie; cuando se escriben reflexiones que te hacen pensar;  cuando se comparten memes, que te hacen reír y evadirte de la realidad,  o, simplemente, cuando te informan o te saludan. Esta es la actitud: respetar por encima de cualquier actuación, pensamiento e ideología.

Cada cual que utilice sus redes como mejor crea, pero que sea consecuente con sus publicaciones, sobre todo si tienen como finalidad herir la sensibilidad de una persona. Entretenimiento y formación sí, maldad, no. Basta ya de tanta tontería, que no somos personas imprescindibles y salvadoras que tienen la solución para todo. A esto, echemos unas  dosis de discreción, y tengamos presentes las palabras de Cervantes, ya que el ilustre escritor alcalaíno consideraba que ir contando las faltas ajenas era una auténtica locura, si  primero no eran tenidas en cuenta  las de uno mismo.

 

 

 

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