María Parra homenajea «al ciclón de versos» en la figura de María Pilar López

María Pilar López, ciclón de versos.

Queridos lectores,

la noche ha sido muy larga, el temporal ha sacudido hasta mis más profundos cimientos. El dios Eolo nos ha visitado lleno de furia abriéndose paso entre algunas pequeñas nubes que dormían plácidamente sobre este nuestro pueblo hasta que se han visto obligadas a protagonizar la tormenta. El viento ha comenzado a soplar emitiendo un silbido agudo, cuya intensidad ascendía junto con los estruendos de los truenos y el baile eléctrico de los relámpagos llegando a atemorizar a la población. Finalmente, Cieza ha amanecido este viernes 15 de septiembre de 1961 completamente revuelta y con la gran pena de ver abatido por un rayo a nuestro querido Pino Gómez, tras 121 años cobijándonos. Todos lo han visitado para darle su último adiós, pero me ha llamado especialmente la atención aquella joven de mediana estatura, con piel de ángel y melena rubia, poseedora de una sonrisa alegre y de unos ojos castaños vivarachos, que le iluminan el rostro haciéndola arrebatadora. Se trata de la poeta María Pilar López, quien apenada por la pérdida de aquel gigante viviente le dedicó unos versos en su Requiem por un pino que tenía apellido:

Te estaba destinada una tormenta

para que no te avergonzaras de tu muerte.

Tal vez el mismo rayo

cumplirá con pena su misión.

Fuiste siempre tan firme,

bonito y arrogante, Pino Gómez…

Hace cien años vio la luz en este pueblo una mujer muy especial, una poeta de vida apasionada y apasionante, no siempre fácil, no demasiado reconocida en su tierra a la que, aunque con altibajos, amó desde lo más profundo de su ser, en la que arraigó sus versos y sus desengaños, sus sueños y sus decepciones, sus ilusiones y sus contratiempos. Y es que María Piar López fue una mujer de contrastes en cuya vida se fundieron la poesía de sus sentimientos y la prosa de sus sufrimientos. Pero subyaciendo siempre en su trayectoria vital una gran personalidad que la hizo luchar contra corriente en momentos en que el protagonismo de la mujer apenas se dejaba ver en ninguna actividad.

Tengo una torre tan alta,

tengo un torrero tan bravo,

que nadie podrá escalarme.

Solo podrán los poetas.

Y es que hay que tener alma de poeta para escalar la torre de ese faro de profunda inspiración y de intensa vida que es María Pilar López en la que vida y obra se funden en una simbiosis tan sugerente que a cualquier alma sensible le apasiona e invita a descubrirla. Porque, para ella, su obra poética ha sido algo más que un entretenimiento para llenar los atardeceres de otoño:

La poesía ha sido mi tabla de salvación. Sin ella yo no sé lo que sería. Ha sido mi esperanza. He tenido muchas ocasiones para ahogarme y ella me ha ayudado a salir a flote.

Muchas ocasiones para ahogarse en el mar de la incomprensión, de la indiferencia, de la murmuración, de la enfermedad… tuvo sin duda María Pilar en su vida, pero fueron los versos su salvavidas, fue la poesía el flotador que la salvó de perecer ahogada en las aguas marinas casi siempre revueltas a lo largo de su existencia.

El interior de nuestra poeta es una verdadera tormenta marina en la que se mezclan las dudas de fe, los amores insatisfechos, la incomprensión de sus gentes, la denuncia social, el dolor por la pérdida de seres queridos, la preocupación por una enfermedad….

Pero, a pesar de todo, le supo hacer frente a la vida y, a pesar de todas las cargas que sobre su alma iba acumulando, aún encontraba fuerzas para ayudar a los demás, sobre todo, ayudando a ver la luz a tantos niños de familias pobres que, sin duda, están en el mundo gracias a sus manos:

Soy un árbol ya viejo

para una renovada melodía,

pero  quiero

cobijar en mis ramas

cualquier pájaro herido.

Esas mismas manos que con tanta ternura y sabiduría ayudaban a dar a luz son las mismas que son capaces de crear bellas metáforas, delicados versos, maravillosos poemas.

Esas mismas manos se elevan en ocasiones a lo alto para imprecar al Señor en un grito casi desesperado, pidiendo una vida larga, cuando piensa que la suya puede acortarse por la enfermedad. Y es que la poeta lleva una existencia intensa, volcada en los demás, y siente que no puede dejar solos a tantos como necesitan de ella, de sus manos, de sus palabras, de sus miradas, de sus consuelos. Y así lanza su grito hacia arriba:

¡Cuánto fracaso y pena acumulada!

¡Dame tiempo, Señor! No te esperaba.

¡Dame tiempo, Señor! Este es mi grito.

Si la poeta reclama tiempo, no es para vivir por vivir, sino para llenar de contenido los días y las noches que ella espera que sean muchos. Pues es la suya una existencia en plenitud, en la que apenas hay un minuto libre, un instante de ocio, de ese dolce far niente de que hablan los italianos. Ella quiere llenar su vida pero para ayudar a los demás con sus manos y sus versos, dos herramientas que ella maneja con habilidad de artista.

Pero su vida, como la de todos, acaba en la primavera de 2006, aunque aún podría haber dado mucho más de sí. Con esa vida termina también una obra poética y humana, la vida de una gran madre, una entrañable abuela, una apasionada activista, una leal amiga, una experta matrona, una comprometida cristiana y muchas otras facetas de una vida plena.

Toda esta personalidad queda perfectamente descrita por su biógrafo Andrés Salom:

Era primitiva, inteligente, exótica, luminosa, lo que, unido a cierto retoque de sutil coquetería, la hacía encantadora y poco menos que irresistible.

Tras esta rápida semblanza que hago desde esta Atalaya, que ella tanto adoraba, nos toca hacerle el mejor homenaje, el más merecido, y es el leerla, saborear sus anhelos, sus deseos, sus sueños, esparcidos con hábil maestría en cada metáfora, en cada palabra, en cada verso.

 

 

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