Quisera, a ser posible, políticos de verdad

Puede parecer díficil, pero aunque no me creáis existen en realidad; en otros países, claro. Porque en esta España mía, en esta España nuestra, son rara avis en peligro de extinción, si acaso no están ya desaparecidos. Quizás, si encontramos algún fósil en buen estado podamos extraerle el ADN y clonarlo como en ‘Parque Jurásico’. Y es que, en realidad, nuestros políticos viven en esa época: en el Jurásico (más viejos y rancios que yo) y como tal se comportan, como habitantes de Atapuerca que solucionan sus discrepancias (no olvidemos que son las nuestras también) a garrotazos y pedradas con una verborrea punzante e hiriente que ya quisieran para sí los alumnos de las escuelas de Arte Dramático. Y en eso convierten el Congreso, la política y nuestras vidas: en un drama.

Yo quisiera, a ser posible, políticos de verdad. De los que dimiten y se avergüenzan; de los que no mienten ni son cínicos; de los que quieren hacer política de verdad y no entran en descalificaciones personales y colectivas; y (oh, pobre de mí) de los que les interesa el bien general y no el triste y codicioso afán de poder. Ya se que es mucho pedir. Una Utopía, que diría Tomás Moro (que tampoco era un ejemplo de político, principalmente porque tenía el vicio de enviar herejes a la hoguera).

Sí, efectivamente, nos parecería utópico lo que hizo en 2010 el primer ministro japonés, Yukio Hatoyama, que dimitió por no cumplir su promesa electoral de cerrar la base americana de Futenma, en la isla de Okinawa. O las dimisiones de Karl Theodor Zu Guttenberg, ministro de Defensa alemán, y de Annette Schavan, ministra de Educación del mismo país, en 2011 y 2013 respectivamente por haber plagiado sus tesis doctorales. Si así fuera en nuestro país ningún gobierno se comería el turrón. En cambio, aquí, al ínclito político de turno, se le defiende, desde sus propias huestes (incluidos medios afines), a capa y espada. Y como premio, si ya el ruido mediático es insoportable, se les premia con una bonita puerta giratoria o un retiro dorado a costa de las arcas, antaño regias y ahora estatales, que todos contribuimos a llenar de doblones.

Pero no es únicamente su frágil moral y cinismo lo que altera la sangre al igual que la primavera mediterránea, sino su «retórica política» que ruborizaría a los grandes maestros clásicos como Heredoto, Demóstenes y Tucídices. En la retórica de nuestros políticos no existe ni elocutio ni compositio. Simplemente un todo que consiste en sacudir lo suficientemente fuerte como para noquear al contrario. No creo que sea necesario poner ejemplos pues lo vemos a diario en nuestra atribulada vida política. Que cada cual escoja el que mejor le parezca con independencia de sus afinidades ideológicas.

Y para completar la cuadratura del círculo queda el fin ultimo que rige sus voluntades: el poder. Ningún político lo reconocerá, claro está. Argumentarán que realizan sus funciones por amor al servicio público y sutilezas similares. Sin embargo, su leitmotiv gira alrededor del codicioso e inefable poder, ese opiáceo irresistible. Luchas intestinas que en muy poco tiempo hemos tenido ocasión de apreciar. Primero con la decapitación de Pedro Sánchez y ahora con una guerra civil-podemita entre pablistas y errejonistas. Pero no son estas cualidades exclusivas de la izquierda sino más bien universales. Empezando porque en la derecha española no conocen el significado de la palabra primarias (pero sí el significado de «dedazo») y continuando porque, al no existir esas primarias, los espadazos y arcabuzazos se practican fuera de los focos, en la sombra. La derecha prefiere lavar la ropa en casa y cerrar filas de cara al público. Aunque luchas por el poder haberlas haylas (como las meigas) en todos los partidos.

Yo sigo añorando la política con mayúsculas, la política constructiva basada en la contrastación de ideas y el debate y no esta parafernalia con volumen estridente cual copia del ‘Sálvame Deluxe‘. Quizás habrá que pedírselo a Papá Noel o a los Reyes Magos. Así que disfruten de estas fechas y olviden, que para eso sirve la Navidad, la triste, en numerosas ocasiones, realidad. Por tanto, coman, beban, reencuéntrense con la familia y rían. Sobre todo rían, que no les borre la sonrisa las mundanas preocupaciones. Feliz Navidad.

 

 

 

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