¿Se deben ilegalizar las ideas?

El próximo mes de diciembre hará cuarenta años que vivimos en democracia y ya va siendo hora de madurar. Tras una calamitosa II República, una cruenta y fraticida guerra civil, una durísima postguerra y cuatro décadas de dictadura, los españoles tuvimos que aprender a vivir en libertad. Durante algunos años nos dijimos una y otra vez que éramos una democracia joven e inexperta y que necesitábamos algo de tiempo. Dejemos de  de templar gaitas. España es un país lleno de complejos y temores absurdos, causantes, en gran medida, de muchos de nuestros males.

Creo que no hemos llegado a entender en qué consiste una democracia. La democracia no lo aguanta todo. En absoluto. Un estado de derecho tiene, no ya la potestad, si no la obligación de preservar su integridad, estableciendo mecanismos que neutralicen a sus enemigos. Las democracias tienen contrincantes evidentes que todos conocemos por sus palabras y por sus actos; pero los hay también furtivos pues huyen de las cámaras y de la luz del día. La democracia tiene adversarios con mala prensa y otros con mejores críticas. Unos se envuelven en la rojigualda y otros en la tricolor. Unos levantan el brazo y otros el puño. Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y explícita, justifican, defienden o amparan la xenofobia y la superioridad étnica son enemigos de la democracia. Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y explícita, cuestionan o deslegitiman la soberanía popular, la división de poderes y la libertad de prensa son enemigos de la democracia. Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y explícita,  cuestionan la legitimidad (que no la idoneidad) de nuestras instituciones (incluida la monarquía), la unidad de la Nación española o el principio de igualdad entre los españoles son enemigos de nuestra democracia.  Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y explícita, avalan, propugnan o promueven la violencia o cualesquiera otros medios no pacíficos, como mecanismos para la consecución de objetivos políticos, son enemigos de nuestra democracia.   Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y evidente, mancillan con sus actos todo lo que, de palabra, dicen defender son enemigos de nuestra democracia.  Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y evidente, usan su poder para convertir el bien común en un bien particular son enemigos de nuestra democracia.  Aquellas y aquellos que, de manera inequívoca y evidente, ultrajan la confianza de los electores para venderse al mejor postor son enemigos de la democracia.

Tiempo ha que me convertí al daltonismo político. No consigo distinguir los colores. Me interesan las personas y los hechos. La Ley no puede entrometerse en los pensamientos pero sí en las ideas y en los actos. Naturalmente que sí. La democracia, bajo la soflama de una mal entendida libertad de expresión, no puede permanecer impasible frente a todos y frente a todo. Hay ideas radicalmente incompatibles con los valores y principios troncales de toda democracia decente. Pondré un ejemplo para hacerme entender: imaginemos que un partido o colectivo defiende pública y estatutariamente la xenofobia, niega el derecho de voto a las mujeres y proclama la violencia como arma política. ¿Debe esperar la justicia a que esos abyectos postulados germinen en hechos para actuar? La respuesta es evidente, al menos para mí.  Hay un pequeño grupo de derechos (como el derecho a la vida y a la integridad física y moral) que son absolutos pues no conocen excepción o limitación algunas. Hay otros derechos, también fundamentales, que sí deben respetar algunas líneas rojas que, trazadas por la Ley, están sujetas a la interpretación de los tribunales. Sobre cuestiones de calado conviene que la Ley sea clara como el agua y no deje resquicio alguno por si un juez, más político que jurista, tuviese la tentación de suplantar la voluntad popular. Hemos conocido casos; que nadie se rasgue las vestiduras.

Las libertades de expresión y prensa, por ejemplo, tienen como límites la veracidad así como el honor y dignidad de las personas. Parece evidente que el ejercicio de un derecho ha de estar limitado para que no entre en colisión con derechos de terceros, merecedores igualmente de protección jurídica.

Ya sé que hay muchos cafres que pisotean las ideas ajenas por el simple hecho de ser ajenas, y defienden las propias por muy disparatadas que pudieran ser. La pedagogía y la palabra tienen sus tiempos y éstos han pasado. Es momento de hechos. Los integrantes del Consejo de Ministros juraron o prometieron  “cumplir fielmente las obligaciones del cargo con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado”. ¿A qué esperan? ¿Acaso no tienen palabra?  Habrá quienes no quieran ver pero España, como estado-nación, se enfrenta a una crisis de primerísima magnitud. Hoy es Cataluña, mañana podría ser Euskadi; pasado quién sabe.

Agresiones verbales y físicas, inexistencia real de libertad de expresión, propaganda, desfiguración de la Historia, adoctrinamiento en las aulas, incumplimiento de la Ley, desacato de las resoluciones judiciales, evasión de la justicia, latrocinio, xenofobia, señalamiento a los disidentes, etcétera, etcétera. Estos ACTOS son fruto de las IDEAS de ayer que, por no haber sido proscritas, perseguidas e ilegalizadas por la DEMOCRACIA, hoy tienen en jaque al Estado español.

Ríos de tinta se han vertido para explicar los orígenes y génesis de este pretendido cisma territorial. El Estado ha dado sobradas lecciones de generosidad mas, de persistir los secesionistas en su actitud, ese mismo Estado habrá de adoptar las medidas necesarias para restablecer el orden constitucional. ¿Qué otra puede hacer si no? No es posible abdicar de tan insoslayable responsabilidad. Para quienes confunden república con tibieza convendría refrescarles la memoria. A las ocho y diez minutos de la tarde del 6 de octubre de 1934, el entonces presidente catalán, Lluís Companys, proclamó el Estado Catalán; triste colofón de la huelga general revolucionaria iniciada el día anterior. De forma inmediata, el presidente de la República Sr. Lerroux, oído el consejo de Ministros, proclamó el estado de guerra, aplicando la Ley de Orden Público de 1933. Tras algunas vicisitudes, que obviaré, a primera hora del día siguiente las tropas entraron en el palacio de la Generalidad y detuvieron a Companys y a todo su gobierno; a los diputados Tarradellas, Xirau, Casanellas y Estanislau Ruiz; al alcalde de Barcelona y algunos concejales de ERC. Todos fueron trasladados al buque Uruguay que, habilitado como prisión, estaba anclado en el puerto de Barcelona. A aquellos HECHOS también les precedieron una IDEAS.

Dios quiera, y los hombres con ÉL, que esto acabe pronto y bien. A pesar de mi razonado pesimismo, permítanme que comparta con ustedes este íntimo y sincero panegírico dedicado al pueblo de

 

CATALUÑA

 

Tierra visigoda, también romana y carolingia, eternamente mediterránea. Próspera, avanzada, moderna, siempre acogedora. Destino de almas vivas; imán de curiosos viajeros y escuela de estudiantes hambrientos de sabiduría. Destino de pensadores libres y filósofos inquietos. 

Refugio de manchegos, andaluces y extremeños; otrora ciudadanos, hoy extranjeros. Allende exprimieron sus fuerzas y sudaron sus cuerpos mas repudio y menosprecio hoy les dispensan, también a sus ancestros.

Puente de Europa, lugar de encuentros. Tierra fértil y mar viajero. Por allí transitó el primer ferrocarril y se construyó la primera autopista y se iluminó el primer pueblo, y su algodón tuvo aranceles mientras el lino de Galicia, olvidado en el olvido languidecía.

Quiso el autócrata y por decreto que sólo Barcelona y Valencia expusieran al mundo sus bonanzas. Mas hoy la primera, más que bondades, son vergüenzas las que asoman por sus entrañas. ¿Qué fue de esa Cataluña  puntera,  vanguardista, de mente abierta?

Nunca fue Estado, acaso condado. La historia es testaruda y la verdad cierta, por más falacias que cuenten en la escuela. Hermoso y afrancesado resuena el catalán mas viene del latín que, como el castellano, antes que enemigo es hermano.

Ay, Catalunya, gótica, románica y gaudesiana. Barcelona porteña y ramblense; eclesial y pirenaica Lleida; amurallada y preciosa Girona; Tarragona, romano su vientre  y dorada su costa. Otrora vuestros hijos fueron preclaros y sabias sus gentes.

¿En qué maldito momento la excelencia se tornó altiva y distante? ¿Por qué la diferencia, siempre rica y menesterosa, se tornó soberbia y opresora?  ¿Qué mal os aqueja y qué miedos os nublan que permitís que el odio, el latrocinio y la locura os hurten el futuro y mancillen la seneyra? 

Sabed hermanos que, aquí, hay una España que os necesita y espera. Con los brazos abiertos y el alma dispuesta. Eso sí, con la frente alta y firme la mirada pues de altaneros, arrogantes y engreídos andamos bien servidos. Perqué ningú en més que ningú peró menys tampoc.

 

 

 

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