Vox y la huelga del 8M, por Antonio Balsalobre

Encerrados en un autobús

Vox vive en la carretera. Dentro de un autobús que va exhibiendo su fantasmas por los páramos de España, especialmente contra los derechos de las mujeres. Un carruaje con la cara de Hitler pintarrajeada (¿Hitler? ¡Qué sarcasmo para una organización de extrema derecha!) que va pidiendo por ahí que se deroguen las leyes contra la violencia de género. Eso en vísperas de la convocatoria de la huelga feminista del próximo 8 de marzo, cuando todavía resuenan las voces de millones de mujeres hace un año ocupando y desbordando calles y plazas en todo el mundo en defensa de sus derechos.

Es pequeño, demasiado pequeño, el autobús antifeminista de Vox para albergar una España tan grande, un mundo tan grande. Para una España, para un mundo, donde debemos caber todos (y no sólo los que se embarcan en ese viaje al pasado, nostálgico de una sociedad en blanco y negro, injusta y segregadora), especialmente las mujeres que sufren la lacra de la violencia machista y que no se sabe por qué extraño mecanismo de pensamiento se han convertido en el punto de mira de este partido, para el que todo lo que huele a emancipación femenina tiene un «marcado carácter ideológico y político, basado –dicen- en teorías anticientíficas y totalitarias de género”.

Es demasiado pequeño este autobús, no sé si con matrícula del exilio iraní, para parar este tsunami que es el combate de las mujeres por su libertad. Un combate que empezó hace tiempo y que sigue la estela de las sufragistas y de las feministas que defendieron el derecho al voto y la despenalización del aborto. Y no será un chato, chimeco o burra, como los llaman en Méjico, el que frene el derecho de las mujeres a apropiarse de su cuerpo y de su voz.

No hay, por mucho que le pese a Vox, marcha atrás en lo conseguido en las últimas décadas por el movimiento feminista. Nadie duda, a estas alturas, que este movimiento haya consolidado su influencia social y que sus demandas tengan el respaldo de amplios sectores de la sociedad. Aunque, es verdad, todavía les quede mucho por hacer.

De ahí que apoyemos la convocatoria de huelgas o manifestaciones como las del 8 de marzo, en España y en todo el mundo, pues sigue siendo la mejor manera de visibilizar las injusticias que todavía sufren las mujeres. Basta ya de violencia de género, de desigualdad estructural, de brechas salariales, de mayor precariedad en el empleo, de techos de cristal (que algunos desean que sea irrompible) o de trabajo abusivo en casa.

Bienvenida sea esta irrupción del feminismo. Afortunadamente, fuera del autobús de Vox hay millones de mujeres peleando por una igualdad real entre hombre y mujeres de la que ojalá desfruten más pronto que tarde todas nuestras hijas.

 

 

 

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