La importancia semántica, por José Antonio Vergara Parra

La importancia de la semántica

La semántica vendría a ocuparse del significado de los signos lingüísticos y de sus combinaciones. Esclarecer el significado real y figurado de la comunicación entre personas no parece una cuestión baladí. La realidad no es ajena a su definición pues el uso inadecuado de las palabras puede desvirtuarla hasta hacerla irreconocible. El verbo está siendo sometido a un asedio tan virulento como malicioso. Cuando la argumentación, la praxis, la demostración y la evidencia más palmaria revelan la verdad de un hecho, no todos están dispuestos a admitir esa certeza. Las motivaciones de tan tendenciosa conducta son diversas y sumamente estériles.

No hablo de realidades poliédricas sometidas a una fecunda contradicción intelectual. Me refiero a una verdad empírica que preservará su integridad frente a todo intento de relativismo o apaño descriptivo. El lenguaje, y con mayor intensidad el político, está siendo desfigurado por quienes huyen de la audacia. El eufemismo y la cursilería nos aleja hasta tal punto de la realidad que acabamos sumidos en una ficción, en una especie de atrezo conceptual del que es difícil, incluso arriesgado, zafarse. En realidad, hay dos lenguajes. El íntimo y desinhibido, generalmente falto de reflexión, y el público, sobrado de impostura. Pero dejemos la teoría y acudamos a la ejemplificación que tan ilustrativa fuerza atesora.

¿La memoria selectiva es en verdad memoria? La memoria, en cuanto instrumento para el análisis histórico y medio para resarcir desagravios, debe ser íntegra y franca. Si adolece de tales atributos, no hablemos de memoria sino de olvido involuntario o deliberado. A veces, la insuficiencia u opacidad de las fuentes históricas abona el terreno para que la interpretación de los hechos desplace certezas indescifrables o, cuando menos, sumamente contradictorias; pero no es a esto a lo que me refiero. Hablo de cuestiones indubitadas, plenamente constatadas que, desde todos los flancos y por intereses bien conocidos, son silenciadas o devaluadas sin razones que lo justifiquen.

Por esta y otras razones, siempre he creído que el conocimiento y la cultura deben alejarse cuanto puedan de la política; al menos de la política convencional. La razón, el arte, la palabra, el saber, la cultura en general, pueden y deben comprometerse con la política mas, bajo ningún concepto, deben tolerar que la política comprometa la cultura. El saber no puede plegarse al poder cuando éste (el poder) anda solo interesado en aquella (la cultura) como un lacayo al servicio de fines deshonestos.

Si un varón asesina a una hembra, ¿procede hablar de violencia machista?  Si respondemos afirmativamente, entonces, y en sintonía con esta deducción, de ser una hembra quien matase a un macho deberíamos hablar de violencia feminista. Si una madre se tira desde un tercero con su hijo en brazos, asistiríamos a una violencia materna, o paterna si ha sido el padre. De ser el hijo quien priva de vida al padre, hablaríamos de violencia filial. En puridad de conceptos, la adjetivización de tan execrables actos sería correcta. Lo que no es admisible es que esa ortodoxia filológica sea arbitraria y, por tanto, injusta. Afirmar la maldad innata del varón es tanto como identificar delincuencia con inmigración. El género no mata; acaso la maldad y el egoísmo patológicos. No busquemos justificación en el erre hache o en la pigmentación de la piel; quizá debamos rebuscar en la necesidad, el sufrimiento o las drogas. De igual forma, el genoma y los cromosomas tampoco explican semejante malicia. Vayamos al centro de la cuestión y analicemos qué ocurre y por qué. Busquemos respuestas sinceras y quizá así podamos hallar soluciones que, indefectiblemente, pasan por la educación y el código penal. Pero no permitamos que la historia la escriben quienes padecen misandria o quienes, desde observatorios y demás decorados propagandísticos, detraen gran parte del caudal que debería servir para socorrer a las personas (hombres y mujeres) damnificadas por la violencia.

Hay quienes reivindican el protagonismo exclusivo de la lucha contra lo que, hiperbólicamente, llaman violencia de género. Las manifestaciones se suceden y los eslóganes y camisetas inundan nuestras calles y plazas. Mientras tanto, las víctimas se amontonan en unas estadísticas que evidencian nuestra ineficacia. Si se sienten más cómodos, podemos escudarnos en una cuestión semántica que no anda interesada en la solución de este gravísimo problema sino en la estigmatización del varón por el simple hecho de serlo. De cuarenta y seis víctimas asesinadas en lo que va de año (al menos hasta septiembre), treinta y siete no habían presentado denuncia; lo cual nos lleva a un escenario muy preocupante. Nueve víctimas, pese a haber interpuesto denuncia, no fueron eficazmente protegidas por el sistema. Respecto a las demás víctimas, o se trataba de la primera y mortal agresión o, pese a ser una violencia reincidente, no confiaron su protección al Estado.

Eres patriota, luego facha. Esta deducción irreflexiva podría ser una de tantas conjeturas que, a fuerza de repetirse, alcanza la categoría de convicción. Pero la realidad es bien distinta. El uso y aceptación de tales suposiciones es propio de quien desconoce el significado de algunas palabras y halla en ellas una zona de confort intelectual. Eres católico, luego conservador. Eres de izquierdas, luego progresista. Eres de derechas, luego insolidario.

La zona de confort intelectual estaría formada por un batiburrillo de creencias erróneas, prejuicios ideológicos, equivocadas presunciones y dogmas inconsistentes. En efecto, es una zona placentera porque libera del esfuerzo y compromiso intelectual de comprobar si hay verdad en todo ello. A la vista está que quien nada a favor de esta turbia corriente tiene más posibilidades de ser laureado.

Podría explicitar más ejemplos pero creo que se entiende la idea. Los enemigos de la verdad conocen muy bien la fortaleza de estas estrategias y por eso las manejan con pericia. La resistencia y oposición firmes a este declive del pensamiento es agotador y escasamente recompensado. Si el compromiso con la búsqueda de la verdad es serio, si en verdad andamos interesados es desliar esta maraña de mentiras y apariencias, entonces habremos de bucear en todos los frentes; porque las patrañas nos vienen de todos lados, incluso de uno mismo. Llegados a este punto, las barricadas homologadas no sabrán dónde ubicarte, lo que les ocasionará desconfianza y hasta temor. Acabarás en tierra de nadie pero no importará demasiado. No piensen que, necesariamente, hay verdad en todo cuanto afirmo pero créanme que voy tras ella. O dicho de otra manera; cuánto más leo y más confío mi espíritu a la humildad, me doy cuenta que nada sé en realidad. Aunque reconozco que me apasiona este viaje. Palabra.

 

 

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