Las fugas del asesino confeso de Cieza

   Condenado a pena de muerte mediante garrote vil en la Prisión Bilibid de Manila, Filipinas. Año 1901

A finales del siglo XIX la vuelta de un soldado de Cuba traería a Cieza el crimen

Miriam Salinas Guirao

El mes de enero de 1899 entraba frío en Cieza.  El 13 del primer mes del año era viernes. Como todas las mañanas el pastor Ramón López García, un chiquillo de quince años, sacaba a pacer a unas cuantas ovejas. Merodeaba por una finca situada en la Fuente del Judio, a las faldas de la sierra del Picacho, que pertenecía al “acaudalado propietario y popular ciezano” –como cuentan las crónicas en Las Provincias del Levante- Antonio Marín Oliver.

Ramón era colono en la finca, y cuidaba, con tesón, el rebaño que había conseguido sacar adelante. Contaba con dos perros de caza y más de veinte ovejas, ejemplares sanos que permitían la subsistencia del pastor. Esa mañana de enero en vez de lana blanca deambulando en los alrededores de la Fuente del Judio, se perpetró un crimen. El joven pastor caminaba con sus ovejas con la salida del sol para que los animales se alimentaran. Pero no cruzaría la media tarde. No vio venir la navaja de punta cortada de su asesino.

La misma noche del viernes regresaron las ovejas solas, con los dos cánidos. El recuento de las reses indicaba la ausencia de, al menos, 20 ejemplares, pero la búsqueda de Ramón era la prioridad. Salieron los propietarios a por el joven a campo través sin resultado. Al día siguiente con la ayuda de los perros salieron en busca del joven Ramón. Sobre un revuelto de tierra removida se plantaron los animales.  El cuerpo del mancebo se hallaba bajo tierra, tendido, degollado, manchando con su propia sangre su cara y su cuerpo. El hallazgo del joven se producía en el terreno, vacío de piedad.

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El soldado asesino

La mañana del domingo, 15 de enero, cuentan Las Provincias de Levante,  un señor que recién acababa de desembarcar de la guerra, apellidado López Caballero, vendía a los cortadores las reses a cinco pesetas cada una. Ese precio extrañó y se encendió la sospecha. Rápidamente dieron parte a la Guardia Civil, concretamente al cabo del benemérito instituto, Pedro Escribano López. El Capitán Diego Fernández Martínez Vera, el sargento Cecilio Ureña Barba y el cabo Pedro Escribano López iniciaron la búsqueda del vendedor de las ovejas. Los guardias Manuel Mata Campoy, Francisco Pérez Martínez, Antonio Hernández Pinar y Cosme Fernández Cerezo, contribuyeron en la investigación. Ese mismo día se detuvo a López Caballero, de nombre Pascual, de 25 años de edad y soltero. Regresaba de Cuba, donde había ido como sustituto, y se encontraba a la espera de recibir la licencia. El Heraldo de Murcia relata que al preguntar a Pascual por la venta de las reses dio explicaciones absurdas lo que hizo que la sospecha se incrementara. Las ovejas pertenecían a José Cano Jiménez a cuyo servicio de encontraba el joven Ramón.

Pascual López Caballero vestía una americana y una camiseta elástica debajo, entre todos los bolsillos sumaba veintiuna pesetas. El tejido no pudo esconder el rubor de la sangre, que los guardias civiles adjudicaron que pertenecía al pastorcillo. La presión enfriaba la garganta de Pascual, y tras minutos de interrogatorio confesó ser autor del crimen.5

La confesión

Pascual contó todo. Como el metal, navaja en mano, rebasaba la garganta del mozo, y cómo se resistía a perecer. Pascual, que traía en sus pupilas los crímenes de las guerras allende los mares, cambió de arma, agarró una piedra pesada y la estampó contra la cabeza del joven. Ramón perdió el sentido. En el suelo recibió otros golpes de piedras que deformaron su rostro. Armándose de fuerza, el asesino devolvió a la tierra el cuerpo del chiquillo.

El crimen cruzó las fronteras regionales y los diarios nacionales (La Época, El Liberal, El Heraldo de Madrid, El Día…) daban noticia de lo que había ocurrido en la localidad.

En 1898, un año antes del asesinato, Pascual López Caballero, que traía antecedentes por robo, fue llamado a filas. El 18 de abril el Boletín Oficial de la Provincia de Murcia le daba el número 105 y lo marcaba como soldado sorteable. Tras la vuelta del frente, y como asesino confeso, lo sentenciaban a muerte, aunque el garrote vil no azuzó su cuello.

Las fugas

El 23 de mayo de 1903 El Liberal de Murcia anunciaba que en Jumilla había sido detenido un individuo que dijo llamarse Antonio Martínez, por haber hurtado cierta cantidad de cebada. Interrogado por la Guardia Civil resultó que su verdadero nombre era el de Pascual López Caballero, procesado en la causa por robo y asesinato de Cieza, que por orden de la Audiencia fue recluido en el Manicomio provincial, de donde se fugó unos días antes. No acabarían ahí las huidas del asesino confeso. Pasaron más de diez años hasta que volvió a mentarse su nombre en la prensa. En agosto de 1915 volvían a saltar las alarmas. El Tiempo publicaba, en su edición de tarde, que en la inspección de vigilancia en el hospital San Juan de Dios, Antonio Ruiz Seiquer, director interino del manicomio, y Fray Álvaro Lasheras, denunciaban que al hacer la limpieza del establecimiento notaron que se había fugado de la celda donde estaba recluido, después de romper la puerta, el demente Pascual López Caballero, de 41 años, natural de Cieza, que se encontraba condenado a muerte por la Audiencia. El recluido se había evadido teniendo los grillos puestos en los pies.

Pasó un año sin noticias del ciezano, hasta que en el mes de septiembre de 1916 concluía la escapada de Pascual. Los guardias de Seguridad 23, 42 y 57 lo detenían tras más de 365 días fugado. Los citados guardias tenían noticias de que Pascual se hallaba escondido en una casa de la calle de Rubio y a ella dirigieron sus pasos. Efectivamente en dicha casa se encontraba Pascual. Después de penetrar en la casa procedieron a su detención, lo que costó un trabajo enorme, pues Pascual se defendía furiosamente. Los guardias tuvieron que sostener una verdadera lucha con él para lograr su objetivo. Por fin lo detuvieron y con las debidas precauciones fue conducido a la Inspección de Vigilancia. El gobernador civil puso a disposición del presidente de esta Audiencia al detenido que regresó a prisión.

En la hemeroteca se acaba la pista de Pascual, guerrero en Cuba, asesino confeso, sentenciado a muerte, fugado y acusado de loco.

 

 

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