Los caminos que a Cieza van

   Imagen de la Venta del Olivo del libro de Montes Bernárdez Cieza durante el siglo XIX

El lugar privilegiado de la localidad lo ha situado como paso obligatorio durante siglos, para dar cabida a los viajeros se construían las posadas y ventas

Miriam Salinas Guirao

Cieza es la puerta natural de la Región al centro de España.  En las cercanías de los caminos de tránsito se disponían las ventas o posadas. En estos necesarios lugares se descansaba y se comía. Aunque no necesariamente las dos condiciones a la vez: “En el siglo XVIII las ventas no dispensaban alimentos por lo que el viajero debía procurarse sustento suficiente para todo el viaje y transportarlo con él durante todo el camino. El principal servicio que se brindaba era la seguridad, es decir, dormir a cubierto y al amparo de asaltos, las habitaciones destinadas a dormitorio carecían a veces hasta de lecho, así es que también había que estar preparado para dormir sobre el suelo” (Ventas, posadas, mesones y gitanos en Murcia. Siglos XVII a XIX de Ricardo Montes Bernárdez). Ya en el siglo XVI el Concejo de Murcia trató de organizar las posadas y mesones para que los viajeros tuvieran una estancia relativamente cómoda. En 1585 las ordenanzas de mesones dictaminaban que en los lugares de reposo debía de haber: camas, cebada, sillas, llaves en las puertas y pesebres. Se hacía, además, mención expresa de la prohibición de “mujeres públicas”, gallinas, puercos y el juego.

En la relación que recoge Montes Bernárdez se sitúan en Cieza a mediados del siglo XVIII dos ventas y tres mesones. Uno de los mesones era de un presbítero y una de las ventas era regentada por una mujer. Esta última era la conocida Venta de la Mala Mujer, famosa por trifulcas entre bandoleros y por atesorar los misterios de alguna que otra leyenda. La otra venta era, según el investigador, “la del Indio (Indo), conocida posteriormente como la del Olivo, que se hallaba justo en el cruce de caminos de Andalucía y Valencia con la vía Murcia-Chinchilla, de manera que siempre estaba llena”. Si las posadas y mesones no ofrecían todas las garantías, los caminos tampoco eran un paraíso. Alejandro de Laborde en su ‘Itinerario Descriptivo de España’, de 1807, afirmaba que los caminos de la región se hallaban casi todos en el estado natural. “El Arte no ha hecho nada para dulcificar lo escarpado de las montañas, o disminuir los malos pasos. Camínase con frecuencia sobre la roca viva; a nadie se le ha ocurrido echar sobre ella un capazo de tierra”. En la segunda mitad del XVIII, como explica Rosario Baños Oliver en Ventas y posadas: Una parada en el viaje por la Región de Murcia, el gobierno de los Borbones decidió solucionar el problema de la red viaria y proyectó  “la construcción de una red de calzadas reales o carreteras que unieran Madrid con la periferia de España”.

1.posada

En 1846, Richard Ford relataba que la provincia  murciana estaba mal provista de carreteras, además aseguraba que para viajar a Madrid solo había una galera, uno de los transportes más extendidos en la comarca. Se trataba de un carro de gran tamaño que era tirado por animales como caballos, burros o mulas. Antes de esta fecha los caminos que partían desde la Región eran utilizados en parte en el camino de la seda, hasta el centro de la península. A pesar de la importancia capital en la economía local del buen estado de los caminos, el resultado real manifestaba un firme inexistente y una gran inseguridad.

La calle Mesones

Parcialmente arregladas las rudimentarias conexiones la transitada Cieza veía nacer sus posadas más célebres. En la ciudad de Cieza, la calle por excelencia de las posadas era la actual calle Mesones. El investigador Montes Bernárdez cita que entre 1845-1852 había dos en la misma calle: Posada de En medio y Posada de las Monjas, las crónicas populares añaden la Posada de la Sorda. En estos años se construía “en el antiguo hospicio de los franciscanos, la futura Posada Nueva. Los posaderos eran Benito López, Fernando Pérez y Mariano López. Siete años después también vemos como mesonero a Bartolomé Avellaneda”.

En 1873, el ocho de enero, se convocaban licitadores a la subasta pública de unos cuantos bienes pertenecientes según el Boletín Oficial a “Luisa Francisca de Paula Rojos. Condesa que fue de Mora”. Sus fincas se trataban vender a virtud de acuerdo tomado por el Juez de primera instancia del distrito de Buena Vista de la villa y corte de Madrid en la testamentaria concursada. Entre las posesiones se sacaba a subasta una posada sita en la Plaza Mayor número cuatro que lindaba al Norte con la Plaza; Oriente casa de este caudal y  Antonio Marín Meneses y José Rodríguez Ibernon,  Mediodía calle de Cartas y Occidente  Gregorio Ruiz Marín y Antonio Aguado Marín.

En 1875 se citaba a todos los que creyeran en su derecho sobre las dos pías memorias y aniversarios perpetuos dotados, uno de mesón y paradero y cinco casas accesorias que eran las conocidas como posada de las Monjas y las casas aledañas.

En abril de 1892 el ayuntamiento compra la Posada de Enmedio, en la calle Empedrada, para abrir una calle que se llamará Buen Lucero, así lo recoge Montes Bernárdez, pero en 1893 se alzaba alguna voz para usar el lugar como una escuela pública, aunque Miñano y Pay, concejal, proponía que “como medio de fomentar la riqueza pública” se construyera un mercado cubierto en el emplazamiento de la posada, y lo sobrante se usara para abrir una calle. En febrero de 1894 se recibía en el Gobierno Civil el plano y proyecto acabado por el ayuntamiento de Cieza para habilitar en el local una escuela.

La Fonda de España

En el siglo XX había hasta publicidad de los locales, como anuncios turísticos, en la prensa escrita, concretamente el 26 de agosto en El Liberal de Murcia de 1908.La Fonda de España de Felipe Santos aparecía en la Región y se catalogaba como uno de los hospedajes más antiguos y acreditados de Cieza, establecido en la calle de San Pedro, número 1, “sitio céntrico de la ciudad”. El anuncio añadía que hacía menos de un año la Fonda había cambiado de dueño por haberla tomado a su cargo don Felipe Santos Bernal, “que personalmente la atiende con el gusto y cuidado correspondientes a sostener y acrecentar el buen nombre de la casa”. El lugar había incorporado innovaciones, “hallándose todo el servicio de habitaciones en un excelente estado de limpieza”, la cocina “sana y abundante”; “por eso teniendo las notas apuntadas para el viajero, no es de extrañar el favor que el público viene dispensando al establecimiento de don Felipe Santos”, concluía.

Las informaciones sobre los robos en las posadas de Cieza, también se detallaban en la prensa: en  1891, en octubre Las Provincias de Levante informaban de que en Moratalla habían tomado a Rosa Rodríguez cuatro prendas de ropa que su esposo Rafael Botella hurtó en una posada de Cieza;  en febrero de 1926 El Liberal de Murcia avisaba de que en la Posada de la Sorda había sido robado de un bolsillo de un chaleco que se usaba como cabecera 250 pesetas al vecino de Jumilla Francisco Abellán Pérez, el propio ladrón fue el que denunciaba el robo que lo simuló.

Una casa de labor

Y ¿cómo eran las posadas? Rosario Baños Oliver relata que este tipo de construcciones solían pertenecer a los Señores del lugar, al Concejo o a la Iglesia, y eran normalmente arrendadas por ellos a otros particulares. Su vista correspondía con el  esquema clásico de una casa de labor, “con sus sencillas formas rectangulares y sus muros portantes que organizan el espacio en una o dos crujías, manejando siempre en su construcción los materiales del entorno inmediato” (Ventas y posadas: Una parada en el viaje por la Región de Murcia). Normalmente constaban de dos plantas la figura central  de las posadas y ventas era el patio. Hasta allí accedían los carros, directamente. La actividad se concentraba a menudo en los patios de las posadas, lugares de encuentro e intercambio, junto a ellos les precedía en importancia las cocinas: “Un elemento indispensable en las ventas y posadas; era el lugar donde, además de cocinar, podían calentarse y reunirse los huéspedes. Al igual que el patio, la cocina es de mayores dimensiones que las que aparecen en otras tipologías; en ella se sitúa el hogar bajo una gran chimenea, a veces situada en el centro de la estancia y otras adosada al muro. Existen, además, otras dependencias como el palomar, la bodega, el pajar, corrales para animales, un granero, la estancia de los venteros e incluso a veces contaban con su propio zaguán de acceso. Otro elemento que aparece en estos establecimientos son las cuadras, provistas de un gran número de pesebres y espacio para albergar a los animales de tiro junto con sus arrieros y carreteros. (Ventas y posadas: Una parada en el viaje por la Región de Murcia)

La Venta del Olivo, la Venta de la Mala Mujer, la Posada de las Monjas, la de En medio, la de la Sorda… son solo algunos de los lugares emblemáticos de tránsito. Un resquicio, ya borrado, del ajetreo de los viajes, paradas que encerraban en sus muros cientos de historias, momentos donde tropezaban las personas en los caminos que a Cieza van.

 

 

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