Vergara Parra homenajea a su tío

Chache, quizá deba pescar

Llevo tiempo dándole vueltas y lo que fue un recurrente propósito comienza a ser una necesidad inaplazable. Hace ya muchos años, mi chache Pepito, el sastre, palomista (la colombicultura es para cursis), artista donde los hubiere, genio y figura, del “Madrí” de toda la vida y, por encima de todo y como mi padre (que era su hermano), amante del western. Me he perdido. ¡Ah! Sí. Mi tío que, a la sazón, también era mañoso (no como mi padre, aunque fuese su hermano), me regaló una caña de pescar, de bambú, de las de toda la vida, de las buenas, sin aleaciones plásticas ni gaitas. Manufacturada por él, con cariño y también con arte, que lo uno y lo otro, pese a agoreros postmodernos, pueden ir unido. Aquella caña no conoció río ni pez alguno y vaya usted a saber por dónde andará, si es que todavía anda. Se esfumó, cansada y ufana, por mi indolente olvido.

Decía que igual me lanzo a estas artes porque nunca es tarde para amores queridos; porque los pájaros no van de farol y los árboles, vigorosos y nobles, no se inclinan como juncos al albur de vientos ventajosos y cambiantes. Porque el agua, limpia y clara, discurre por su cauce, sin sorpresas ni traiciones. Porque el silencio de la naturaleza serena el alma y alumbra el entendimiento.

Aquí, en la jungla de asfalto, sobran ruidos, también las prisas. Demasiados rencores, desmedidas contiendas y sobrantes envidias; tantas que casi cuesta respirar.

Chache. Ojalá que no piquen y de hacerlo, serán devueltos a la vida porque no busco trofeos. No los necesito. Quizá me haga con una caña de atrezzo, de carrete infinito y sedal de plata para que se alíe con la luna cuando se apague el día. Acaso una hamaca de tela y madera, anclada en la tierra y de mirada erguida; así, cuando me recueste en ella, que sea el cielo lo que vean mis ojos. Y estando yo ausente en las cosas de arriba, que me esquiven los peces, serpenteando por este bulevar de la vida que morirá en la mar para nacer de nuevo.  Y un morral de mimbre, con escasa comida y algo de vino. Y un buen libro, de papel y con tapas como es debido; que me cuente lugares y otras historias donde nunca estuve y jamás sospeché. ¿Por qué no vivir varias vidas en una? Y si alguien, de limpia mirada, quisiera acompañarme, será un placer compartir mi comida, también el vino. Hablaremos de lo humano y, cómo no, de lo divino.

Chache. Irá por ti, que antes que nadie adivinaste lo que yo, despistado como siempre, he tardado décadas es descubrir. Dile a mis padres que, entre verdales y pinos, donde franca corre el agua y libre canta el viento, que me echen un vistazo aunque sea de soslayo.

Volverá el rejoncillo vacío mas mi alma dormida y tranquila para encarar la vida, que se ha vuelto difícil y muy cuesta arriba.

 

 

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